Es la guerrra! No lo vemos en términos de cañones ni de divisiones de infantería, porque ese tipo de conflicto ya no se estila en Europa. Ni siquiera se trata de misiles nucleares. Es una guerra que se libra en los despachos, en los pasillos de ciertas agencias financieras y en el campo de batalla de las bolsas. La ofensiva contra Grecia está siendo cruel y despiadada, las columnas de los especuladores han logrado perforar las débiles murallas defensivas helenas y se han alzado con un buen botín: unos cuantos puntos más en los intereses de la deuda, que los demás países del euro se encargarán de pagar y otros, -naturalmente- de cobrar. Grecia es un país arrasado y los griegos manifestándose en la calle son la prueba de su derrota. Hoy martes, sin que los centinelas lo advirtiesen, empezó la invasión de España. El bombardeo de rumores solo logró incendiar el tejado de los bunkers donde está refugiado el sector bancario, pero el pánico llegó a la bolsa como si de verdad Atila y su caballería hubieran penetrado a saco en las cajas fuertes del Banco de España. Las débiles sociedades europeas tienen miedo y los especuladores han visto una ocasión propicia para asustarnos con nuestro propio miedo. José Luis Rodríguez Zapatero era la genuina estampa de ese miedo en Bruselas, cuando trataba de desmentir el rumor de que España necesita 280.000 millones de euros, con la misma intensidad que hace tres meses el primer ministro griego Papandreu quería hacer creer que Grecia no estaba pensando en ningún mecanismo de rescate. Todo es un órdago, como el de los conductores temerarios que no se apartan del centro de la carretera seguros de que en el último momento el coche que viene de frente dará un volantazo para evitar el choque: los que están manejando esta situación no tienen ninguna duda de que en el último momento esta Europa, falta de liderazgo, se irá despeñando por la cuneta un país tras otro.
El Euro y la Unión Europea siempre han tenido enemigos, eso no es nuevo. Lo nuevo es que ahora estos se han aliado con un sector inmoral de los gestores del mercado financiero, sobrevivientes del cataclismo que su ambición provocó hace dos años y que aprendieron bien la lección al ver el pánico en los ojos de los dirigentes políticos que acudían a rescatarlos. Esos combatientes de las finanzas no tienen nada que perder. Hoy baja un poco la bolsa, lo cual permitirá comprar más barato para vender en el momento en el que los mercados tomen un poco de aire. Si la agencia de calificación dice que tal deuda es más insegura, inmediatamente la está haciendo insegura y suben los intereses. Si todo se hunde, cobrarán el seguro. Cuando Zapatero aparece en la sala de prensa del Consejo, inmensamente solo en el estrado, se frotan las manos mientras le escuchan intentando impugnar el rumor que le acaban de lanzar como un cañonazo, haciéndolo así más creíble con la expresión de su propia debilidad.
Todo esto tal vez no hubiera pasado si los responsables de la debacle financiera hubieran pagado sus errores sencillamente con el hundimiento de sus negocios, en vez de ser salvados con un dinero público que no merecían. Aquella orgía de cifras para rescatarlos les dio una idea de hasta adonde estaban dispuestos a llegar unos dirigentes atemorizados: hasta el infinito y más allá. Los responsables europeos creyeron que se podía hacer como siempre, poner la cuenta del restaurante al lado de la servilleta de Alemania. Y Ángela Merkel ha elegido el peor momento para decir basta, precisamente el único momento en el que la principal economía de la zona euro debía haber respondido con un puñetazo sobre la mesa para convencer a los atacantes de que no le temblará el pulso y que no tienen nada que hacer maniobrando contra los países débiles. Sólo Merkel hubiera podido convencer a los mercados de que el euro se defendería en Grecia en España o en Portugal. Pero no lo hizo. España no es Grecia, es verdad, al menos todavía, pero Zapatero no es Merkel y Merkel no ha sido la gran líder del euro que hacía falta para parar esta guerra.
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