La inmoralidad de la Deuda Pública
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Antonio Rubio Merino - 29/05/2010
Las ideas tienen consecuencias. Si no fuese así, no merecería la pena siquiera pensarlas. Las ideas morales, cuando se convierten en comportamientos, tienen consecuencias. Esa es la base de la civilización. Ese es el motor que ha ido sacando al ser humano de la barbarie. O el que lo ha hundido de nuevo en ella, cuando no ha funcionado.
Esta crisis económica, esta Depresión de 2007 -que ya entonces comenzó- tiene un origen moral, que es la quiebra del primer principio sobre el que se organiza una sociedad civilizada: que nadie debería querer consumir más de lo que produce.
La moral define las normas de comportamiento entre los seres humanos, que determinan la conducta propia de cada individuo. Tiene que ver esencialmente con lo que hacemos en relación con los otros. Para probar las bases de una moral tenemos que imaginarnos una situación extrema, la de unos náufragos llegados a una isla desierta, por ejemplo. La única forma de que puedan sobrevivir será que se organicen. Y obviamente, que nadie consuma más de lo que produce. El ser humano, la fuente de los sentimientos morales, tiende por naturaleza a auxiliar a sus semejantes. Aun dándoles parte de lo producido, si lo necesitan y no pueden adquirirlo por ellos mismos. Pero esa ayuda excepcional y extraordinaria no podría ser la regla para sobrevivir en una isla desierta, o perdidos en la Antártida. Y uno aceptaría ayudar al que no pudiera hacer más, pero no al que se negase a producir.
Nadie ha contribuido más a engañar a la humanidad que aquel que aplicó el cultismo latino deficit para calificar lo que falta en las cuentas del Poder Político. En una sociedad libre, constituida por un pueblo soberano, el Poder Político debería recaudar parte del trabajo de esos ciudadanos sobre unas bases justas y equitativas, y aplicarlo de acuerdo con los criterios claramente expresados por ese pueblo. Sin embargo, nada de eso ocurre en nuestras sociedades. Los políticos que detentan el Poder recaudan sobre criterios injustos y arbitrarios y despilfarran con la misma iniquidad lo recaudado. Se comportan como saqueadores de lo que no es suyo, porque tal es la conducta del que se apropia, por la fuerza, de lo que no ha producido, y no rinde cuentas algunas de en qué lo emplea, sino que lo gasta a su antojo.
Pero no contentos con eso, los saqueadores gastan aún más, generan deficit, falta dinero en esas cuentas de lo que quitan a los que producen. Y por tanto se endeudan.
La gran mentira de la Deuda Pública
De todas la inmoralidades que el Poder Político ha venido ejerciendo a lo largo de la historia, de las que no implican violencia física sobre las personas, ninguna es más perversa que la Deuda Pública. Así de solemnemente se denomina al hecho de que los Gobiernos se endeuden sistemáticamente porque gastan más de lo que ingresan. No contentos con consumir lo que no producen, endeudan a las generaciones futuras, para que paguen lo que ellos ya se gastaron, lo que los saqueadores se repartieron a sí mismos y a sus pordioseros -los que piden consumir lo que no han producido- sobre la base de sistemas de votación que falsean la representatividad soberana de los ciudadanos.
Los Gobiernos de la mayor parte de los países que, por la civilización desarrollada por sus individuos, habían alcanzado los mayores niveles económicos de la historia, se han endeudado durante más de medio siglo para pagar, primero sus guerras, y luego sus excesos, caprichos, prebendas, y a los clientes de su poder. El proceso ha sido tan largo y tan intenso, que sus consecuencias son y serán igualmente geológicas -lentas, generalmente apenas perceptibles a los sentidos inmediatos-. Pero ha llegado el momento de pagar. La crisis asusta, hace volver a la realidad, y los acreedores comienzan a percibir la gran mentira de la Deuda Pública. Que los Gobiernos deben más de lo que nunca podrán recaudar -saquear- por mucho que opriman a los productores. Y muchos están pensando dejar de prestar a los saqueadores…porque comienzan a dudar, a pensar que quizás también ellos puedan ser saqueados y no se les devuelva ese préstamo.
La inmoralidad de la Deuda Pública, asentada en el corazón de las sociedades que aspiran a ser libres, es una carga letal que, o se elimina, o acabará con toda esperanza de libertad y desarrollo económico. Los Gobiernos deberían tener prohibido endeudarse salvo en caso de catástrofe, por tiempo limitado, y con la obligación primaria de repagar tan pronto fuera posible. La deuda pública debería convertirse así en una figura excepcional, peligrosa, hipervigilada, como la dictadura en la antigua República de Roma.
Y los ciudadanos deberíamos pedir, además, presupuestos claros, de gastos e ingresos. Una contabilidad comprensible de qué se hace con el producto de nuestro trabajo. Una Educación para la Ciudadanía que eduque en desear producir, crear, y no en despreciar al que produce y exaltar al que saquea o al que sólo desea pordiosear del producto de los demás. Y tenemos derecho a pedir elegir directamente a nuestros representantes. Tenemos derecho -en eso consiste nuestra libertad, nuestra soberanía- a una democracia auténtica, no una partitocracia.
Alguien debería convocar a los españoles a tratar de hacerlo posible. Hombres mejores que nosotros murieron para que nosotros disfrutásemos al menos de la libertad de pedirlo sin miedo
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