domingo, 30 de mayo de 2010

Epoca

Uno a uno, me fueron exponiendo sus reservas. No terminaban de entender cómo podía encajar en nuestro Grupo la combativa cabecera que fundara Jaime Campmany en el 85. Cuando terminaron de opinar les comuniqué: “No os hablaba de un proyecto. ÉPOCA ya es nuestra”. La aventura editorial de Intereconomía había empezado y el tiempo nos ha demostrado que acertamos con aquella operación. Y más aún con la familia de periodistas que nos recibió con los brazos abiertos en la calle Mesena de Madrid. Mis recuerdos son para Germán Yanke, el primer director del semanario en esa nueva etapa que inaugurábamos. Luego vendrían Rafael Miner, Alfonso Basallo y Carlos Dávila. Justo es atribuirles a los cuatro los éxitos de ÉPOCA en estos 10 últimos años, y el papel de creciente influencia en la vida política y social de España que ha llegado a tener el Grupo Intereconomía en un ámbito tan cambiante y competitivo como el de la comunicación.

ÉPOCA celebra sus 25 años de existencia fiel a su vocación original: la de marcar época, la de contribuir, desde la trinchera del periodismo, a ganar la batalla de la libertad y la convivencia. Del siglo XX al XXI, lo más importante de ÉPOCA es lo que no ha cambiado. Unos principios que consideramos imperecederos por ser inmutables: la defensa de los valores de la tradición cristiana, la realidad como punto de partida y la verdad como meta objetiva, la apuesta constante por un periodismo incisivo y valiente. Contar lo que pasa, interpretar lo pasado y anticipar lo que pasará: esos son los fines de una publicación como ÉPOCA.

Y a fe que los ha cumplido. De su papel crítico con los abusos del poder son una prueba las grandes exclusivas: desde el caso Juan Guerra, en los años noventa, hasta la cacería que compartieron en Jaén en 2009 Mariano Fernández Bermejo, Baltasar Garzón y Juan Antonio González (en aquel momento, jefe de la Policía Judicial); una juerga cinegética que le costó al primero el cargo de ministro de Justicia y al juez, el principio del fin de su carrera, que se escribe hoy con la triple P de los presuntos delitos de prevaricación que le imputa el Supremo. Y más recientemente, otro escándalo que hizo época: el voto fraudulento de la vicepresidenta Fernández de la Vega en Beneixida. Aunque, si me dieran a elegir, quizá me quedaría con el reportaje sobre los abortos ilegales de las clínicas de Carlos Morín en Cataluña. El trabajo de investigación, publicado por ÉPOCA en 2007, se vería amplificado por la televisión danesa, cuya denuncia dio la vuelta a Europa y provocó la detención de Morín y sus colaboradores al frente de la clínica Ginemedex.

Lo que sí ha cambiado es España, el mundo y la sociedad entera en este cuarto de siglo vertiginoso y apasionante. Pienso en la España de 1985 y, lamentablemente, la primera fecha que me viene a la cabeza es la del 5 de julio, cuando se aprueba la ley del aborto por la que se despenalizaba el crimen contra los no nacidos en los tres supuestos conocidos. Ha transcurrido un cuarto de siglo y, desde entonces, el número de abortos ha aumentado de manera vertiginosa en nuestro país. Zapatero culmina ahora ese proyecto con una reforma que implica elevarlo a la categoría de derecho. Una gravísima amenaza contra las bases de nuestra civilización y un reto para el Grupo Intereconomía y ÉPOCA, que han luchado, desde el principio, comprometidos con el primero y más fundamental de los derechos, el derecho a la vida.

Sólo tres años antes de que naciera ÉPOCA, Alfonso Guerra anunció del brazo de González aquello de que “a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Más allá de la pésima gestión que el actual inquilino de La Moncloa está haciendo de la crisis económica, tenemos el deber moral de luchar contra los atropellos sistemáticos que minan los cimientos de la familia, la ley de matrimonios homosexuales, la del divorcio exprés, el dislate de la ley de Memoria Histórica, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, contra la ley de libertad religiosa que amenaza con llegar pronto... La España de 2010 no la conoce, efectivamente, “ni la madre que la parió”, entre otras razones porque los actuales gobernantes se han llevado por delante el más preciado legado de la Transición: la capacidad de entenderse, la voluntad constructiva de concordia, la apuesta por la libertad.

Como editor de esta publicación del Grupo Intereconomía, convertida ahora en revista semanal del diario LA GACETA, no puedo menos que asegurar que la publicación decana de la casa seguirá mereciendo una atención privilegiada. Sin jactancia ni espíritu autosatisfecho, sino con la alegría de lo realizado y la ilusión de lo mucho por hacer, a ÉPOCA sólo cabe desearle la mayor enhorabuena y, ante todo, larga vida.

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