domingo, 23 de mayo de 2010

Ignorancia en Moncloa

20:23 20-05-2010


[20-5-2010]

Durante muchos años -gracias, en gran medida, a Ignacio Garrido, un benemérito funcionario del Banco de España, jubilado recientemente, que desempeñó la función de Subdirector de Deuda en la Dirección General del Tesoro y Política Financiera-, el Estado siguió de forma deliberada la estrategia comercial y publicitaria, cuando acudía como emisor a los mercados financieros, de presentarse como el "Tesoro Público" o, fuera de España, como el "Reino de España" (Kingdom of Spain).

El uso de esas expresiones o marcas abstractas pretendía deliberadamente alejar la imagen del Estado, como emisor de Deuda Pública, de los conceptos de:

1. "Hacienda Pública", vinculada mentalmente por los ciudadanos al cobro de impuestos.

Recuerdo que esa disociación de marcas no era siempre plenamente eficaz, porque, en ocasiones, cuando se llamaba al teléfono de información que proporcionábamos en los anuncios de publicidad del Tesoro, el saludo inicial de la telefonista de la Dirección General era: "Haciendaaaaaa, ¿dígame?" (hasta 1984, antes de que se fusionara con la de Política Financiera y adquiriera el actual nombre, la Dirección General del Tesoro estaba adscrita a la Secretaría de Estado de Hacienda, no a la de Economía).

2. "Gobierno", un concepto político estrechamente asociado a la ideología del partido ganador de las elecciones.

Se pretendía, pues, enfatizar la idea esencial de que el Tesoro público es un pilar del Estado que, como la Monarquía, es ajeno a cuestiones partidistas y no utiliza tampocos los (desagradables pero necesarios) mecanismos coactivos típicos de la Hacienda Pública. Yo siempre encontré, por cierto, un poco irónico que un "tesoro" fuera, en esencia, una gran administrador de deuda.

En su ignorancia supina y tendencia a la "presidencialización" universal, el actual Gobierno ha abandonado progresivamente esa sensata estrategia de dar un carácter abstracto a la marca "Tesoro Público".

Lo hizo en su día cuando en los anuncios del Tesoro empezó a aparecer la cuña "Gobierno de España" introducido con carácter general en todas las comunicaciones del Gobierno.

Pero el caso más pintoresco -que supone además una grave devaluación del papel del Ministerio de Economía y Hacienda-, se produjo este martes, cuando la Presidencia del Gobierno glosó en una nota de prensa los resultados de la subasta de Letras del Tesoro.

¿Quién es el ignorante que, acaso sin pretenderlo, está tiñendo de color político cosas que no debieran tenerlo, como las relativas a la financiación del Tesoro? ¿Tiene tan poco peso la Vicepresidencia Económica que hasta la resolución de las subastas del Tesoro las acabará decidiendo el Presidente Zapatero?

Como ya he señalado en otras ocasiones, los simples Ministros de Economía y Hacienda de los que dependí - Miguel Boyer, Carlos Solchaga y el primer Pedro Solbes- tenían mucho más peso y poder dentro del Gobierno que los Vicepresidentes Económicos con el actual presidente. Y eso me parece un cambio funesto.

Nota: Por error, en la versión inicial de este post me refería a la subasta de hoy jueves de Obligaciones del Estado, cuando la nota de prensa de Presidencia de Gobierno se distribuyó el pasado martes y se refería a la subasta de Letras del Tesoro.

[18-5-2010]
Maquiavelo en Moncloa

Entre julio de 2008 y enero de 2009, la empresa china de productos electrónicos de consumo Wanlida llevó a cabo un experimento -diseñado por los economistas John A. List y Tanjim Hossain- para estudiar el efecto de los incentivos económicos sobre la productividad de sus trabajadores.

El incentivo que se estableció fue una suma equivalente al 20% del sueldo fijo de los trabajadores, que se añadiría a su salario semanal si la producción alcanzaba las 400 unidades por hora. La singularidad del experimento fue que el incentivo se describió por carta a los trabajadores de dos formas distintas. En la variante "premio", la empresa se comprometía a pagar el incentivo si el número de unidades producidas era igual o superior a 400 unidades. En la variante "castigo", la suma se otorgaba de antemano, pero se advertía al trabajador que quedaría privado de ella si la producción resultaba inferior a 400 unidades por hora.

Aversión a pérdidas

El experimento mostró que los incentivos aumentaban en ambos casos la productividad, pero de forma más acusada en la versión "castigo", a pesar de que la única diferencia con la versión "premio" era su forma de presentación.

Se confirmó, pues, una de las tesis de la Escuela de la Psicología Económica (Behavioral Economics): los seres humanos somos especialmente aversos a las pérdidas, de forma que nos duele más perder algo que no llegar a disfrutarlo. Por eso a los trabajadores de Wanlida les motivaba más el riesgo de perder una prima que daban por suya que conseguirla cuando todavía la consideraban incierta.

La diferencia práctica entre una pérdida y el lucro cesante, ignorada por los economistas ortodoxos, la conoce bien el jurista, que sabe que el Derecho otorga especial protección al poseedor de la cosa, aunque no sea su legítimo propietario; exige a la Administración una compleja declaración de lesividad para poder anular actos administrativos que otorgaron derechos; y, en materia de indemnizaciones, atribuye más trascendencia a los daños (emergentes) que al hipotético lucro cesante.

A la vista de esa elemental ley psicológica, constituye un grave error político otorgar a los ciudadanos y contribuyentes beneficios económicos que más tarde las circunstancias obligarán a retirar: porque el descontento popular será mayor si primero recibimos 10 y luego nos lo quitan que si nunca hubiéramos recibido nada.

Reglas de dosificación

La segunda enseñanza de la Psicología Económica es que el efecto incremental sobre nuestro bienestar de las ganancias y las pérdidas va declinando a medida que aumentan. Por eso, disfrutaremos más si ganamos 10 en dos episodios separados que si ganamos 20 en un solo; y nos dolerá más perder 10 en dos ocasiones distintas que sufrir, de golpe, una pérdida de 20. De esa constatación surge la asimétrica "regla de dosificación" que enunció en el siglo XVI uno de los mejores asesores políticos de todos los tiempos, el florentino Nicolás Maquiavelo, en el capítulo VIII de "El Príncipe":

"Es menester que el que toma un Estado haga atención, en los actos de rigor que le sea preciso acometer, a realizarlos todos de golpe, para que no los tenga que repetir todos los días y poder tranquilizar a sus gobernados, a los que ganará después fácilmente haciéndoles bien. Por la misma razón que los actos de severidad deben hacerse de una vez y que dejando menos tiempo para notarlos ofenderán menos, los beneficios deben otorgarse poco a poco, a fin de que se puedan saborear mejor".

Optimismo vs. maquiavelismo

La regla de la aversión a las pérdidas demuestra que el optimismo sistemático y la tendencia a formular pronósticos esperanzadores -cuando existe riesgo serio de que se vean incumplidos- no son virtudes políticas -como ha afirmado con reiteración el presidente Zapatero-, sino estrategias poco prudentes que pueden llevar al descrédito del político y a la frustración de los ciudadanos.

Discrepo, sin embargo, de quienes afirman que el incumplimiento de las promesas y el recorte de derechos previamente otorgados surgen de la doblez del político y de su intención de engañar. A mi juicio, no es que los políticos nos engañen con sus promesas, sino que tendemos a votar a aquellos que, optimistas, nos prometen de buena fe cosas que no podrán cumplir. De igual manera, el largo cuello y la estatura de las jirafas o los baloncestistas no tienen su origen en el ejercicio físico -como equivocadamente creía el naturalista frances Lamarck-, sino que -como nos enseñó Darwin- son rasgos que la competencia entre especies y deportistas seleccionará de forma natural. Así, la ingenuidad de muchos votantes llevará al poder a políticos optimistas que, sin querer, les terminarán defraudando. Se trata, en el fondo, de una manifestación de la conocida "maldición del ganador" (winner¿s curse).

Ignorada, por desgracia, por el presidente Zapatero la regla de la aversión a las pérdidas, queda por ver si, dada la insoslayable necesidad de que España adopte severas medidas de ajuste, seguirá la "regla de dosificación" que Maquiavelo recomendó para las medidas de severidad o gravamen, esto es, adoptarlas todas de golpe, "para que no se tengan que repetir todos los días y poder tranquilizar a los gobernados".

Esa estrategia -seguida por Irlanda- aconsejaría que el ajuste del gasto público sea drástico y se inspire en la técnica del "presupuesto de base cero(ver apartado 5)" (zero-based budgeting), de forma que se revisen sin tabúes todas las partidas de gasto, incluidas las de Comunidades y Ayuntamientos; que las elevaciones de impuestos que se juzguen convenientes (por ejemplo, el restablecimiento efectivo del Impuesto de Sucesiones o el Impuesto sobre el Patrimonio) se adopten sin dilación o se arrumben definitivamente, evitándose la perturbadora y poco maquiavélica expresión de que "no se descarta nada"; y que la reforma del mercado de trabajo y las demás medidas de flexibilización de la economía se adopten sin tardanza, para que su efecto favorable sobre el ánimo de los empresarios, el buen funcionamiento de la economía y la capacidad exportadora estimule el potencial de crecimiento económico y contrarreste el efectivo contractivo sobre la demanda interna del severo ajuste presupuestario.

En un reciente libro -cuajado, por cierto, de errores en lo poco que me atañe-, un veterano periodista ha bautizado al presidente Zapatero como el "Maquiavelo de León". Creo haber mostrado que, con sus promesas insostenibles, no se ha hecho hasta ahora merecedor de ese elogio. Confiemos en que, tras el giro radical de política económica que anunció en el Congreso el pasado miércoles, de muestras a partir de ahora del realismo y sagacidad del genial pensador florentino.

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