domingo, 23 de mayo de 2010

Zapatero: un presidente maquiavélico contra España

A propósito de un libro sobre Zapatero
Lunes 10 de mayo de 2010, por Grupo Promacos
El periodista José García Abad publicó a principios de 2010 la obra El Maquiavelo de León con el subtítulo Cómo es realmente Zapatero (La Esfera de los Libros, 2010). Pero la obra ofrece mucho menos de lo que parece. El subtítulo es pretencioso porque en sus páginas no se va más allá de distintas, y contradictorias, descripciones psicológicas del carácter del presidente sin ofrecer una explicación de dichos puntos de vista contrapuestos (clasificando las perspectivas éticas, morales o políticas desde las que son emitidos).


El Maquiavelo de León
Libro de José García Abad benévolo con el Presidente del Gobierno
La obra se reduce a una maraña de testimonios que, aunque curiosos, nunca intenta regresar a los fundamentos de la «razón de estado», de la filosofía política de Zapatero y de sus allegados (tal como recoge, por el contrario, la obra Zapatero y el Pensamiento Alicia de Gustavo Bueno). Más aún, podríamos decir que García Abad hace un guiño a ZP al compararlo, tan injustamente, con el político florentino en el título de la obra. Y es que, a pesar de las numerosas puyas que aplica al presidente del Gobierno, el periodista parece admirar al político leonés (lo que dice tanto de él como del personaje descrito, por ejemplo en las págs. 18, 19 y 25). Nicolás Maquiavelo escribió acerca de las virtudes que debía tener el buen político para lograr la persistencia de su nación, disociando la razón de estado de la ética, la moral o la religión. Pero Zapatero se mueve con una falta de prudencia tal que España acelera su camino hacia la distaxia y la ruina. Por tanto, el libro debería, a lo sumo, utilizar el adjetivo «maquiavélico», en el sentido peyorativo que se suele utilizar hoy día, para calificar a ZP ( la primera acepción del Diccionario dice: «se aplica a la persona que actúa con astucia, hipocresía y engaños para conseguir sus propósitos»). Pero, desde nuestro punto de vista, además debería especificarse que las artimañas maquiavélicas empleadas por Zapatero no beneficiarían a España, sino todo lo contrario.

Entre las curiosidades que relata García Abad podríamos destacar las siguientes. En la página 26 se cuenta que la periodista leonesa Verónica Viñas, intentando averiguar los personajes con los que se identifica el leonés, le preguntó «¿De qué le gustaría disfrazarse?». Y Zapatero contestó «De Conde Drácula». Se diría que, del mismo modo que el juez Baltasar Garzón es presa del Complejo de Jesucristo, Zapatero padecería el Síndrome del Anticristo (en la medida en que, desde una Leyenda Negra con claras raíces anticatólicas, identifica a España con la cruz). Su soberbia identificación con un ser sobrehumano y siniestro permiten entender mejor su rechazo hacia la moral católica, hacia sus símbolos (el crucifijo en las aulas) o sus ceremonias (la misa en el ejército). También ayuda a comprender las preferencias «góticas» (vampirescas) de sus hijas.

Otra anécdota significativa de su personalidad se recoge en la página 33, cuando reconoce, en privado y sin inmutarse, su imprudente y ruinosa política inmigratoria del «papeles para todos» (sin distinguir entre «hombres» y «ciudadanos»). Después de cesar al ministro Jesús Caldera se produce este coloquio entre ambos:

«Caldera, que tiene la suficiente confianza con su ex amigo para hablarle con claridad, le pide explicaciones:

— ¿Por qué me cesas, José Luis? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

— Por tu política inmigratoria.

— Será por la tuya.

Y José Luis le aclara con sonrisa maquiavélica:

— Por eso, Jesús, por eso».

Y añade García Abad: «Y es que otra de las características suyas es el escaso valor que concede a su palabra. No es un hombre de palabra. [Aunque] la palabra es para muchos castellanos lo más sagrado».

Lo peor del asunto no es que Zapatero sea astuto, hipócrita, prepotente, mentiroso, vengativo o rencoroso, sino (como ya vio Maquiavelo al disociar la política de la ética) las desastrosas consecuencias que para España tienen sus decisiones.

No deja ser indicativo de su actual política disgregadora de España el que en sus inicios militase en un partido independentista leonés (pág. 46) y el que sea capaz de pactar hasta con el diablo (pacto de la mantecada, pág. 43, aunque no se habla del pacto del Tinell) con tal de ascender, traicionando a sus compañeros de partido sin inmutarse. No es de extrañar que, sin tener más oficio que la vida de partido, consiguiese ser diputado en las Cortes con sólo 26 años. De hecho su currículo es tan escaso que cuando se retire de la política de partido tiene pensado formar parte del Consejo de Estado (pág. 309).

También cabe destacar que muchas de sus decisiones se basan en la imagen, en medidas impactantes y caprichosas que le hagan aparecer, ante sus votantes, como «el primer presidente socialista» (despreciando a Felipe González —pag. 134—). Así cabe interpretar su menosprecio hacia la bandera norteamericana en el desfile de la Hispanidad de 2003 cuando aún no era presidente; la retirada repentina de las tropas de Iraq recién nombrado presidente (a pesar de que después no ha dejado de mandar guardias civiles); el nombramiento de una mujer sin ninguna experiencia, y embarazada para más señas, como ministra de Defensa; la implantación del cheque bebé de 2.500 euros para todas las madres, pobres o ricas, después de que la actriz Icíar Bollaín le comentase que le había costado «un ojo de la cara» tener un hijo (pág. 101); el cheque de 400 euros para buena parte de los contribuyentes del IRPF para «incentivar» el consumo justo antes de las elecciones de 2008; el Plan E que sólo ha servido para encubrir los datos del paro esporádicamente; &c. En un sentido similar, y buscando supuestos «derechos sociales», irían las leyes que reconocen el matrimonio homosexual, la nueva Ley del Aborto o la Ley de Igualdad, a pesar de que parece ser un feminista que tampoco confía en las mujeres (sus ministras no descuellan por su preparación y, además, son preferentemente delgadas y rubias —págs. 138—).

Por otra parte se permite el lujo de creerse providencial y, lo que es peor, que se lo crean sus propios ministros. Así ocurre con Elena Salgado, actual ministro de Economía, que confía en la «intuición del presidente» para salir de la crisis (pág. 209), a pesar de que todos saben que ZP es un ceporro en la materia (un exsecretario de Economía, Jorge Sevilla, le estimulaba diciendo que lo que debía saber al respecto lo aprendería en dos tardes) y de que los asuntos económicos le parecen «un coñazo» (como dijo delante de Miguel de la Quadra-Salcedo cuando se estaban preparando los transcendentales Presupuestos del Estado en julio de 2006 —pág. 110—).

En el libro también se tratan muchos de los tejemanejes llevados por el Gobierno para hacerse con el control de distintas empresas (Endesa, Repsol, BBVA o Telefónica) que, en la mayoría de los casos, han sido contraproducentes para España. Pero la mayoría de la información es conocida y accesible por otros medios.

Pero resulta que a la mujer del Presidente, Sonsoles Espinosa, no le cuadra el protagonismo de su marido. La obra de Abad apenas dice nada al respecto, pero hace unos días hemos podido conocer un perfil de Sonsoles a través de la revista Vanity Fair. Según cuentan sus allegados la mujer del presidente no se siente libre en Madrid, a pesar de los privilegios y ventajas (que ella misma parece reconocer) que conlleva su situación. El papel de «mujer del presidente», «no le divierte ni le interesa» (¿le interesa España?). «No se da cuenta de que su marido es el presidente del Gobierno, es una mujer de presidente atípica», dice de ella Elena Benarroch. Otra de sus amigas enchufada en la Moncloa, la directora del departamento de Educación y Cultura del Gabinete de Presidencia, Marifé Santiago, lejos de criticar su actitud la ensalza como ejemplo de feminismo y modernidad. Dice que «está creando un modelo de comportamiento en el que ella no abandona su profesión por la de su marido» y considera que las mujeres «deberían estar orgullosas de su actitud».

Desde el Grupo Promacos creemos que detrás de ese pretendido feminismo se ocultan pasiones más vulgares que impiden a la Sra. Espinosa darse cuenta de la responsabilidad de su marido y, sobre todo, de ella misma.

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