domingo, 30 de mayo de 2010

Ademas de los Problemas Económicos

LOS PROBLEMAS DE ESPAÑA

Las pésimas perspectivas de la crisis económica, después de habernos endeudado de forma desmesurada e imprevisora, es sin duda uno de nuestros grandes problemas actuales; una crisis mundial, aunque aquí agravada por el cretinismo demagógico de un gobierno que, aferrado al poder, se presenta ahora como la solución. Pero es solo uno de los problemas que afronta el país, y no el más grave, a mi juicio.

El más decisivo consiste, seguramente en una crisis política con muchas facetas que no cesan de empeorar, afectando en profundidad tanto a la democracia como a la propia integridad nacional: los movimientos hacia la balcanización de España, propiciados por los políticos de izquierda y por los de derecha; la silenciosa invasión islámica y la cuestión de Ceuta y Melilla; la pérdida de soberanía y asimismo de influencia en Europa; la degradación del poder judicial; la corrosión de las libertades; la eliminación de la oposición a manos de un partido que solo parece creer en la economía; la degradación de la democracia en partitocracia; la falsificación sistemática de la historia con propósitos políticos actuales (¡el rey ha firmado su propia deslegitimación!); el terrorismo legitimado como forma, y privilegiada, de hacer política. Y otros hechos parejos. Cabría resumir todo ello en un progresivo desmoronamiento de la ley, del estado de derecho, de la democracia; una grave involución política por relación a la convivencia alcanzada en la transición.

Son todos ellos problemas de fondo, que inciden en otros derivados, menos directamente políticos, manifiestos en una decadencia cultural y moral casi generalizada: sustitución de la educación familiar por la que proporciona la televisión-basura y otros medios por el estilo; alto índice de fracaso escolar; desplazamiento del español por el inglés como lengua de cultura; anquilosamiento de la universidad; expansión de la droga, del fracaso matrimonial y familiar, etc. Estos datos pueden describirse como signos de impotencia cultural del país en todos o casi todos los planos.

Gran parte de los problemas han venido enmascarados o atenuados por la aparente bonanza económica, que ahora parece haber terminado por un buen período; pero, debe insistirse, la crisis política y social es más grave y de mayores consecuencias a la larga. Basta reflexionar mínimamente y sin prejuicios sobre la realidad presente para entender que el país marcha aceleradamente cuesta abajo y que será muy difícil enderezar el rumbo, porque parece como si cada factor de degradación o decadencia tirase de los demás en la misma dirección. Vivimos una época de descomposición social, la más grave desde la república, que presenció fenómenos parecidos. ¿Quiere esto decir que marchamos hacia una nueva guerra civil? Me parece harto improbable –si bien el historiador sabe bien que lo improbable, incluso lo muy improbable, llega a suceder a veces--, y la historia no se repite nunca tal cual.

Aunque esta serie de problemas está muy interrelacionada, cada uno de ellos debe ser analizado en sí mismo, con vistas a darles una solución coherente. La deriva solo puede ser cortada mediante la creación de numerosas asociaciones que afronten una parcela de la crisis, y finalmente por un partido con un programa regenerador y convincente. Esto puede ocurrir y puede no ocurrir. Examinando el período actual, mi Nueva historia de España concluye: “Es imposible saber hasta dónde seguirá esta orientación o si surgirá alguna reacción efectiva. Hoy por hoy, España carece de ímpetu cultural para orientar una evolución creativa (…) La potencia espiritual demostrada por España en otros tiempos podría servir de acicate para un renacimiento en los actuales. Los indicios no son muy alentadores, pero (…) todo reto puede encontrar su respuesta, toda crisis encierra los factores de superación, y el futuro nunca está escrito”

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