Dicen que Rodríguez Zapatero se considera un hombre afortunado y que por ello tiende siempre a ser optimista, hasta en las circunstancias más tormentosas. En esta semana varios hechos han vuelto a poner de manifiesto tanto su fortuna como su actitud temeraria frente a la adversidad.
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Zapatero había planificado con cuidado su agenda para contraponer anuncios, la reducción de altos cargos –una medida de escaparate y sucedáneo de una auténtica crisis de Gobierno que intenta evitar pese a la evidencia de que deberá acometerla le guste o no– a estadísticas negativas, la divulgación de la Encuesta de Población Activa (EPA), que ya sabía muy mala (4,6 millones de parados). Todo el mismo día, el pasado viernes.
Las cosas se torcieron. Primero, se filtró la EPA, el martes, tres días antes de lo programado, sacando a la luz una tasa de paro con proporciones de pandemia, el 20,05%. Por si fuera poco, al día siguiente, la agencia de calificación de deuda Standard & Poor's, rebajaba la solvencia de la deuda pública española. Un nuevo zarpazo a la credibilidad internacional de la economía española. El Gobierno no logró que la agencia aplazara su divulgación hasta que laUEhubiera alcanzado un pacto con Grecia.
Pero, quizá por la baraka que bendice al presidente del Gobierno, al ser asestada por uno de los operadores más desacreditados del sistema financiero de Wall Street, una agencia de rating, la puñalada no ha sido mortal. En ayuda del herido acudieron el FMI y la UE, además de los gobiernos europeos y de Estados Unidos, aprovechando la ocasión para poner a las agencias de calificación a caer de un burro. Incluso el Financial Times, tan atento desde la visita de Elena Salgado, se despachó con ellas. Hasta tal punto han perdido ellas también el crédito. Lo que podría haber sido un auténtico desafío económico, ha provocado, de momento, daños limitados.
Poco nuevo se puede añadir sobre las agencias de rating. Pero, paradojas de la economía mundial, pese a todo aún pueden seguir sembrando el pánico, acompañando, incluso animando, las tendencias y apuestas más especulativas de los operadores financieros. A estas alturas la única explicación para este estado de cosas radica en la incompetencia y la frivolidad de la política internacional. Tras casi tres años de crisis y grandes discursos sobre cambios y refundaciones las cosas siguen igual y las agencias de rating prestan sus servicios como si nada hubiera pasado.
Según escribe el economista estadounidense Paul Krugman, el 93% de los tristemente famosos productos estructurados conteniendo hipotecas basura (subprime) que se emitieron en el año 2006 y obtuvieron la máxima calificación crediticia (AAA) de esas agencias están ahora considerados basura, incobrables, sin apenas valor.
Ya sabemos, no sólo gracias al cine, que nadie es perfecto, pero imagínense que el diario que tienen en sus manos contuviera un 93% de informaciones falsas o erróneas; o que su médico de cabecera ostentara similar historial en sus diagnósticos. Son sólo algunas posibles, e inquietantes, comparaciones.
Bueno, pues pese a su historial esas empresas son las que calibran la solvencia de los estados. Como ha ocurrido en todas las grandes crisis financieras de la era de la globalización, las firmas de rating estimulan las burbujas y agravan las recesiones. Alimentan los prejuicios de las multitudes, excitan la avaricia cuando el mercado sube, desatan el pánico cuando baja.
Sin embargo, pese a su turbio papel, constituyen sólo una parte del problema; el otro, ahora probablemente más importante, es la situación económica de los estados, entre ellos el español. La llamada especulación se alimenta precisamente de explotar las debilidades de los países y los sistema económicos. El exceso de deuda pública, la división europea en economías nacionales, el raquítico crecimiento que obliga a endeudarse aún más...
Y volvemos de nuevo al escapista Zapatero. Para rehuir ese problema, que ya hace mucho que está presente, Zapatero contaba con comprar tiempo gracias al bajo endeudamiento español mientras esperaba la mejora de la economía internacional y el rebote cíclico de los indicadores en España, al fin y al cabo no se puede estar cayendo eternamente. Y parecía que el momento se acercaba.
Y la agenda del Gobierno incorporaba con precisión esa buena nueva en lugar destacado, para contraponerla a la mala prensa y los datos pasados. Primero, con el paro registrado en las oficinas de empleo del mes de abril, que se conocerán el martes, y que, como ya ha adelantado Corbacho, darán un alivio al Ejecutivo.
El broche llegaría el 12 de mayo, cuando el INE hiciera público el cálculo adelantado del crecimiento económico en el primer trimestre, 0,1% para los más cautelosos, 0,2% o 0,3% para los más lanzados. Carpetazo estadístico oficial a la recesión.
Pero el presidente del Gobierno, envalentonado de nuevo, se lanzó en el Congreso a afirmar que el paro había tocado techo, confundiendo en realidad los datos que le susurraban sus asesores sobre el paro registrado de abril con el cálculo de la EPA que, según aseguran los expertos aún dará algunos disgustos más, aunque tal vez no tan graves, a lo largo del año. Así pues, a los brujos de la Moncloa ya les ha tocado pensar en un nuevo argumentario de trabajo
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