La calificación de la deuda española estaba en el lugar más alto: la triple A. Pero bajó al «AA+», y esta semana perdió otro escalón hasta el «AA». La agencia Standard & Poor’s (S&P) argumentó que no cree en la recuperación de un crecimiento fuerte de nuestro país a corto y medio plazo.
Sumando esta previsión al perfil del deterioro de las cuentas públicas españolas la rebaja estaba cantada, y podrá haber más en el futuro.
El razonamiento es: si no hay suficiente crecimiento, la capacidad de recaudación se resiente y la única forma de sanear la Hacienda es recortar el gasto, que es lo que ha hecho el sector privado, pero al que los gobernantes se resisten.
En tal caso, el riesgo de impago de la deuda pública aumenta, lo que presiona al alza su coste y por extensión el coste del crédito en general.
España no es Grecia, claro, porque a Grecia no le presta dinero nadie a menos del 10% (o sea, no le presta dinero nadie del sector privado), por lo que necesita préstamos públicos, mientras que a España le prestan y le prestarán, a un coste mayor, pero la mitad del de Grecia.
Como los tenedores de deuda pública son los bancos, el mayor riesgo afecta negativamente su cotización y las bolsas caen. Nótese que todo esto sucede cuando el máximo derrumbe de la actividad económica ha quedado atrás: 2010 será mejor que 2009. Pero como las autoridades no cumplen con su deber, obligan por ello a pagar más, como siempre, a sus súbditos.
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