lunes, 7 de junio de 2010

Preparen el bolsillo, nos esperan años duros por delante (I)

Preparen el bolsillo, nos esperan años duros por delante (I)
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@S. McCoy .-Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

COMENTARIO DESTACADO

Buenos días, Sr. Sánchez. Seguramente tenía Ud. que escribir un artículo y, como Ud. escribe ciertamente bien, le ha quedado muy bonito...

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@S. McCoy - 07/06/2010

Los próximos posts van a ser el resumen de la ponencia que tuve ocasión de presentar el pasado viernes en el primer Financial Congress, organizado en Bilbao por el entusiasta Aitor del Valle y Eneko Knorr. El título de la misma era “Riesgo país. Esto de Grecia, ¿cómo va a afectar a la cesta de la compra?”. Pretendían los organizadores que aterrizara en el efecto concreto que, para el bolsillo de los ciudadanos, tienen situaciones como las que hemos vivido recientemente, primero en Dubai, luego en Grecia y por último, la semana pasada, en Hungría. Como su finalidad última era didáctica, gran parte de la presentación discurrió por muchos de esos basics tan olvidados a día de hoy. De ahí que considere adecuado traer su contenido al balcón de Valor Añadido con el único ánimo de poder ilustrarles sobre lo que está pasando y advertirles de qué es lo que nos espera en el futuro más inmediato para que estén preparados. Dios me libre de sentar cátedra. Aunque el tono pueda parecer pesimista, no es más que el resultado de un optimismo bien informado. El descarte lleva, en la mayoría de las ocasiones, a la respuesta más dolorosa ante los problemas a los que se enfrenta España. Pero bueno, no adelantemos acontecimientos. Les dejo con ello. Hoy nos pondremos en situación para abrir boca.

“Antes de entrar en materia una reflexión previa. La ponencia de hoy se va a centrar en nuestro país en lugar de en Grecia. A mi juicio son absolutamente comparables, toda vez que así somos percibidos por el universo inversor. Por más que intentemos defender patrióticamente nuestras diferencias respecto a los helenos (inexistencia de fraude en las cuentas públicas, menor deuda sobre PIB y lo que se nos ocurra), se trata de un discurso que se agota internamente o, a lo sumo, en el entorno de la Unión. Para muchos de los grandes gestores a nivel mundial, que a duras penas nos sitúan en el mapa, las circunstancias son equiparables. No sólo eso: el riesgo asociado a España, por su tamaño, es mucho mayor y la liquidación de la exposición a ella, por tanto, más perentoria. Al final, un elemento clave de decisión en los mercados es el riesgo percibido en oposición al real, al verdaderamente existente, fenómeno normalmente unido a los procesos de euforia y pánico. Si el segundo es mayor que el primero (real superior a percibido) estaremos ante una oportunidad de venta. Si, por el contrario, el percibido es mayor que el real, nos encontraríamos ante una ocasión de comprar los activos afectados, en este caso los españoles. Tal discrepancia o ineficiencia se encuentra en la raíz de la existencia del mercado, como ocurre con la diferencia entre valor y precio. Pues bien, ¿conocen a alguien que esté comprando España, esto es: que crea que su riesgo real esté por debajo del que le asignan las bolsas y la renta fija? Yo tampoco.

Hecha esta precisión inicial, tratemos de ver cómo hemos llegado hasta aquí. Para comprender lo sucedido es necesario detenerse en uno de los tres grandes elementos transformacionales de la última década, junto con la aparición de internet o la llegada de India y China al universo capitalista: la preeminencia de la economía financiera sobre la productiva. Para muestra un botón: mientras que el PIB de España es de alrededor de un billón de euros (millón de millones por no confundir con el billion, miles de millones anglosajón) y el de Estados Unidos alrededor de 12 (cifra que fluctúa con el cambio del eurodólar pues son 14,5 billones de dólares), sólo el nocional o importe final involucrado en contratos de derivados entre partes y no cotizados (over the counter u OTC) a nivel mundial es de 504 billones de euros (615 en dólares) o 42 veces el tamaño de la economía estadounidense, la mayor del mundo, según el último informe del Banco Internacional de Pagos de Basilea o BIS de mediados de mayo de este año. Si nos limitáramos a contemplar exclusivamente las primas comprometidas, su cuantía bruta seguiría siendo equivalente a dos veces el PIB US. ¿Qué les parece? Espero que con estas cifras puedan entender a lo que me estoy refiriendo.

Pues bien, se derivan múltiples consecuencias de tal sobredimensionamiento siendo la primera y más evidente la prelación de los gobiernos a la hora de actuar sobre Wall Street antes de hacerlo sobre Main Street (modo en que los americanos describen la economía de la calle) pues el primero ya no se limita a anticipar lo que va a ocurrir con la segunda sino que crea las condiciones que determinan su futuro, como estamos comprobando de modo fehaciente en fechas recientes. Sorprende sin embargo que, pese a tal conciencia de su relevancia, haya faltado desde el principio una comprensión de la globalidad del asunto. Soy de los convencidos de que la crisis podría haberse evitado si, en la primavera de 2008, la Reserva Federal hubiera obligado a las principales instituciones financieras estadounidenses a compensar los saldos de sus posiciones cruzadas de modo tal que las mismas se liquidaran por diferencias. Habrían existido sobresaltos pero desde luego no los que se vivieron seis meses más tarde con la caída de Lehman y el semi colapso del sistema financiero mundial. Prueba de la bondad de tal decisión es la asignación de Bear Stearns a JP Morgan, precisamente por ser la principal contrapartida del banco absorbido. Nadie ha vuelto a oír hablar de Bear, de problemas de integración con JP o de cuestiones similares. Si se hubiera procedido como aquí apuntamos, otro gallo nos habría cantado a nivel global. ¿Con qué tono? Imposible saberlo.

La primera lección a aprender de todo esto es que, por un lado, es importante que los mercados financieros no se fijen en ti y, por otro, que si te toca la desgracia de que lo hagan, una respuesta adecuada es vital. Ilustrémoslo de nuevo con un ejemplo. Irlanda padece de un 14,2% de déficit presupuestario, ligeramente por encima del dato oficial griego y varios puntos superior al de España o Portugal. Sin embargo, aun cuando el coste de sus CDS o seguros de riesgo de impago es más elevado que en el caso español, incluso con la reciente subida de los referidos a nuestro país, el tigre celta no se encuentra en el disparadero y apenas nadie habla de él. ¿Por qué? Porque como buen estado anglosajón, comprendió desde el principio la primera premisa: no ser negativo centro de interés internacional. Así, en octubre de 2008 inició una serie de reformas (nacionalización de la banca con un valor de 465.000 millones de euros, rebaja del 20% del sueldo de los funcionarios públicos, aumento de la base de contribuyentes, recorte de prestaciones, mantenimiento del estímulo tributario a la empresa privada con el IS a un tipo del 12,5%) que le van a permitir crecer al año que viene por encima del 3%. Y eso que su crisis tiene un origen similar a la española: boom inmobiliario y crecimiento de gasto público que duplica al de la economía en la última década (138% contra 72%). No actuar, por el contrario, te convierte en carne de cañón antes o después.

Hasta prácticamente comienzos de este año, España ha podido pasar desapercibida no tanto por méritos propios sino a consecuencia de una boyante recuperación bursátil que celebró la mejora del entorno tras el susto de octubre de 2008 y que no distinguió churras de merinas. De hecho, la exposición española a los mercados emergentes en general y Latinoamérica en particular actuó a su favor. Sin embargo, la constatación de que, pese a las mayores inyecciones monetarias y fiscales simultáneas de la historia, ni el dinero circula ni el empleo crece, ha vuelto a poner los desequilibrios y riesgos individuales en la palestra. Y España se ha situado, por méritos propios, en el punto de mira: deuda, déficit, paro, competitividad, endeudamiento… Como señalábamos al inicio, justificada o injustificadamente, da igual. Una vez que te sitúan en el disparadero lo importante es ser creíble: diagnóstico realista, estrategia firme y ejecución presta. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho el gobierno socialista. El problema de tal irresponsabilidad es que las dudas de los inversores se retroalimentan lo que mete al país en una espiral complicada en la que otro decide por ti y en donde lo importante y verdaderamente necesario, como son las reformas estructurales, se ven ahogadas por el peso de lo urgente lo que acrecienta las posibilidades de cometer aún más tonterías. Algo que sólo se puede romper recuperando la credibilidad. Mientras esto ocurre, ¿cómo afecta esta situación al bolsillo?” Lo veremos mañana en esta misma columna.

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