El daño del euro: cómo la moneda única hizo aún más vulnerables a los más débiles de Europa
El rescate puede sumir a España en la recesión
Cuando, a finales de los 90 la Unión Europea anunció su ambicioso plan para crear una moneda única, el reputado economista y fundador de la Escuela de Chicago Milton Friedman aseguró que tal cosa no sucedería, porque al contrario que Estados Unidos, Europa no era una zona apropiada para tener una sola divisa, ya que "sus países son muy diferentes en términos de productividad e inflación. El euro será tan desastroso que nunca verá la luz", vaticinó. Opine: ¿cómo valora el euro para España?
Está más que claro que su predicción fue errónea, sin embargo "Friedman tenía razón sobre las economías. Hoy Grecia camina sobre el abismo del default, los rendimientos de los bonos se están disparando en toda Europa y los inversores globales están dejando de lado la moneda que un día amenazó la hegemonía del dólar", asegura la revista Fortune.
Según esta publicación, actualmente es imposible saber si la eurozona acabará por fracturarse y veremos resucitar el dracma, el escudo o la peseta.
Los años de 'crédito fácil' y repunte de costes
La Unión Monetaria ha dañado a los países más débiles (sobre todo a los mediterráneos, como Grecia, España e Italia) principalmente de dos formas.
Primero, el crédito fácil que hizo parecer tan atractivo al euro causó booms en el consumo doméstico que hicieron repuntar monstruosamente los costes, especialmente laborales. "Esto redujo notablemente su competitividad frente a los miembros más fuertes de la zona euro, como Alemania y Francia, y frente a las naciones que no adoptaron el euro, sobre todo Reino Unido y Suecia", señala la publicación estadounidense.
Y segundo, ese crédito fácil llevó a los Gobiernos a endeudarse y gastar profusamente. Como resultado de esto, ahora se enfrentan a niveles de deuda potencialmente ruinosos.
"La introducción del euro creó muchas señales falsas y distorsiones. El euro tuvo muchos beneficios, como la reducción de costes comerciales. Pero, por otro lado, ha creado gran cantidad de problemas a los que estos países se enfrentan ahora", explica Uri Dadush, economista y autor del estudio Paradigm Lost: The Euro in Crisis (Paradigma Perdido: El Euro en Crisis).
Los días felices quedaron atrás
Así, en términos de deuda y gasto públicos frente al PIB, y en competitividad (entendida como costes de producción frente a los de sus comparables), los más débiles de la zona euro están hoy peor que antes del nacimiento de la divisa.
No hay más que ver la evolución del ratio de endeudamiento público desde 1998 hasta hoy: del 52% al 87% en Portugal, del 115% al 119% en Italia, del 54% al 79% en Irlanda... en España aún está en el 67%, pero se ha casi duplicado en dos años, y sigue creciendo. "Además, España sufre de niveles extremos de endeudamiento privado", apunta Fortune.
Pero, sin duda, donde más se nota es en la pérdida de competitividad. La mejor forma de verlo es con el Tipo de Cambio Real Efectivo (TCRE), calculado por la CEE. Su principal componente son los costes de mano de obra en las 35 principales economías del mundo, medidos en moneda local, en este caso en euros.
Según este indicador, desde 1989 los índices de competitividad se han reducido un 9% en Grecia, el 16% para España e Italia, y el 26% de Irlanda. Ahora, todos ellos luchan con costes que están entre un 16% y un 31% por encima de la media de esos 35 países.
De malo a peor
Las economías del sur de Europa ya eran débiles antes de la introducción del euro. Todas sufrieron leyes laborales rígidas, unas empresas ahogadas en la burocracia, y con frecuencia, industrias clave dominadas por los gobiernos.
"Constantermente devaluaban sus monedas, en un intento de seguir siendo competitivos", explica Steve Hanke, economista de la Universidad John Hopkins. Pero cuando el euro comenzó a circular en 1999, el panorama cambió milagrosamente... o al menos eso parecía.
En primer lugar, los tipos de interés en la mayoría de esos países se redujeron a niveles cercanos a los alemanes. De media, la reducción fue del orden de entre el 3% y 5%. De repente, se hizo mucho más barato obtener una hipoteca, usar las tarjetas de crédito, u obtener un crédito para financiar compras como un coche. El crédito no se hizo sólo más barato: además, empezó a ser más común y mucho más abundante.
En segundo lugar, los inversores en Europa y en todo el mundo se volvieron muy optimistas sobre el futuro de países como España, Portugal e Italia, de los que se esperaba que alcanzaran tasas de crecimiento mucho más altas que las de sus más ricos vecinos del norte. Es lo que se conoce como "convergencia".
Beneficio a corto plazo... dolor a largo plazo
Durante un tiempo, parecía que la "convergencia" era la consecución de un milagro. Entre 2002 y 2007, algunos de esos países crecieron a tasas muy notables. Las economías de Grecia y España, por ejemplo, se expandieron entre un 4,3% y 3,5% anualmente, por el 2% de la media comunitaria..
Sin embargo, el crecimiento no vino de aspectos sostenibles, como las exportaciones, sino de un salvaje consumo doméstico. El aumento de la demanda interna hizo crecer los precios rápidamente. Además, con la mejora de la media salarial y la proliferación de transacciones, sobre todo de sectores como el inmobiliario, aumentó la recaudación tributaria, y los gobiernos comenzaron a gastar como si los ingresos fueran a mantenerse a esos niveles para siempre.
La fiesta se acabó cuando el BCE, de repente preocupado por la inflación, cambió a una postura mucho más restrictiva. Los ingresos tributarios se derrumbaron. Pero en lugar de reducir el gasto, Grecia, Irlanda y otros países mantuvieron los préstamos para compensar la diferencia (a un interés más alto, sin duda, pero con un coste mucho menor del que hubieran tenido que asumir si hubieran conservado sus propias monedas).
Financiando el futuro
"No vamos a afirmar que una España, Grecia o Portugal sin euro serían prósperas ahora. Es más, probablemente seguirían sufriendo por la rigidez de su mercado laboral y se enfrentarían a devaluaciones consecutivas de sus divisas. Sin embargo, sus costes, endeudamiento y el gasto público probablemente serían más bajos", afirma Fortune.
De ahí que una de sus pocas opciones, según la publicación, sea bajar los salarios arriesgándose a atravesar años de deflación y elevado desempleo. La gran pregunta es si pueden hacerlo.
Existe la esperanza en la eurozona de que los países en apuros se impongan una disciplina fiscal y salarial que haga que los excesos del pasado sean algo imposible de repetir. Pero eso "está lejos de ser imposible. Cuando Europa se recupere, los perversos incentivos que ofrece el euro volverán a representar una amenaza. Mientras los gobiernos pueden endeudarse a bajo coste y las empresas y los consumidores pueden obtener hipotecas o préstamos con facilidad, Europa seguirá enfrentándose a picos que presentarán el aspecto de una prosperidad real seguidos de profundos valles", sentencia Fortune.
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