Preparen el bolsillo o los años duros que nos esperan por delante (y II)
Mc Coy
Ayer les dejé la primera parte de la ponencia que tuve ocasión de presentar el pasado viernes en el primer Financial Congress, organizado en Bilbao por el entusiasta Aitor del Valle y Eneko Knorr. Bajo el título “Riesgo país. Esto de Grecia, ¿cómo va a afectar a la cesta de la compra?”, pretendía aterrizar en el impacto que, sobre el bolsillo de los ciudadanos, tienen situaciones como las vividas primero en Dubai, posteriormente en Grecia y, por último, la semana pasada en Hungría. Si el primer post sirvió para ponernos en situación y centrar la cuestión en una España que padece de una percepción de riesgo similar al de las naciones antes mencionadas, hoy ahondaremos en la pregunta origen de mi intervención: ¿cuáles son las consecuencias de la complicada deriva en la que ha entrado nuestro país para las economías domésticas? Antes de entrar en materia, un recordatorio: Dios me libre de pontificar. No es ésta más que una opinión más, la de un optimista bien informado. Arranco.
“(…) Aun reconociendo la necesidad de que España acometa una serie de reformas estructurales de calado, la presión de los mercados internacionales va a obligar al ejecutivo a tomar decisiones a corto que permitan aplacar su ira. Desde ese punto de vista, y por acotar, son tres los principales problemas que tiene que solventar a corto plazo. Uno específico de nuestra economía: el de su falta de competitividad. Un segundo compartido con otras naciones desarrolladas: el equilibrio de las cuentas y la deuda públicas. Por último, la necesaria corrección de los altos niveles de endeudamiento, mal de altura generalizado. Su reconducción tiene múltiples consecuencias para cada uno de nosotros y más nos vale estar avisados de su impacto para actuar en consecuencia.
En un país que carece de política monetaria o de tipo de cambio propios, que permitan atraer capitales o mejorar su posición relativa en el comercio internacional por la vía de una devaluación de la moneda, la mejora inmediata de la competitividad sólo puede venir por medio de un ajuste de precios y salarios. ¿En qué cuantía? Entre un 15-20% que es el diferencial que se ha abierto con Alemania desde la entrada de España en el euro. Y aún así. Y es que esta necesidad choca con dos obstáculos principales: primero, son muchos los países que están acometiendo procesos de ajuste similares lo que puede provocar la entrada en un círculo vicioso que exagere la contracción más allá del porcentaje antes citado; por otra parte, a nivel salarial hasta ahora la mejora de la productividad se ha producido por reducción del número de trabajadores, no por caída generalizada de los sueldos unitarios, por lo que se da la paradoja de que sólo cuando se produzcan nuevas contrataciones nuestra fuerza laboral será más competitiva. ¿Cuándo se producirá esto? Nadie lo sabe a día de hoy. No queda otra, por tanto, que tomar conciencia de que hay que trabajar más y ganar menos y aprender a convivir con una deflación que lleva a posponer las decisiones de compra -ante la perspectiva de precios más bajos mañana- y aumenta el importe real de las deudas de particulares, empresas y Administración.
La segunda gran materia a abordar es la de las cuentas públicas. No distingo entre deuda y déficit ya que ambas están íntimamente relacionadas. El superávit presupuestario es el que permite repagar lo adeudado y viceversa, siendo un factor esencial la generación de recursos para devolver los créditos. Dicho esto, un segundo inciso previo. El fracaso de las políticas keynesianas se debe a que nuestros dirigentes, y los de tantos otros gobiernos, han pasado por alto las condiciones establecidas por Keynes para sus ideas funcionaran. Y es que, a su juicio, la intervención del Estado en la economía debía ser excepcional y temporal (para no provocar la expulsión del sistema del sector privado), tener carácter productivo (y no centrado, por tanto, en gastos corrientes recurrentes; si viera Keynes el Plan E y los 400 euros, saldría corriendo) y materializarse en un entorno de oferta adecuada a la demanda con objeto de provocar una recuperación de la actividad (cosa que en la actualidad no ocurre al existir exceso de capacidad productiva).
Hechas estas precisiones, el desequilibrio de las finanzas de la Administración se puede corregir por tres grandes vías: crecimiento, hiperinflación-política monetaria, ajuste-política fiscal. En el primer supuesto, la mejora de las condiciones económicas globales y, por ende, locales permite aumentar los ingresos tributarios de modo natural y da margen para llevar los recortes necesarios con tiempo. Esa era la esperanza de Zapatero y su equipo hasta fechas bien recientes. Sin embargo, las incertidumbres sobre la recuperación internacional y el problema de competitividad propio de nuestra nación al que ya hemos hecho referencia, convierten en poco plausible esta opción. Otra alternativa es el uso desmedido de la oferta monetaria con objeto de generar un proceso de alza de precios que permita aumentar la recaudación impositiva, por una parte, y minore el valor real de la financiación ajena, por otra. El problema es que las particulares circunstancias que afectan a la banca en términos de solvencia y liquidez provocan que el dinero no circule y, por tanto, que de momento tampoco pueda considerarse como una salida realista pese a su peligrosidad. Queda finalmente el recurso de una mayor presión fiscal combinada con una merma del estado del bienestar que es el inevitablemente adoptado por los dirigentes socialistas.
Aun reconociendo que sea difícil encontrar otras vías de escape, es importante que el proceso se haga de modo racional, de modo tal que se construya la nueva casa presupuestaria desde los cimientos y no partiendo del tejado. Así, antes de incrementar el número de tributos, el marginal de los mismos o la base de contribuyentes (como hizo Irlanda) tiene más sentido actuar sobre el fraude fiscal y una economía sumergida –cuantificada en el 23% del PIB- cuyos beneficios sociales soportamos los “paganos” con nuestros impuestos. De hecho, servidor lleva años defendiendo una amnistía fiscal con condiciones en España (como prueban estos post de 6 de marzo de 2008 o el premonitorio del San Valentín de 2009) con objeto de aflorar unos recursos que permitan financiar la deuda estatal y aumentar las entradas de fondos a las arcas públicas. Por lo que respecta a la actuación sobre el gasto, es necesario arbitrar, de modo simultáneo a aquellas medidas que afectan a la renta disponible ciudadana por la vía de los recortes o del establecimiento de sistemas como el copago, propuestas que traten de ajustar el modelo administrativo a la realidad económica española. Es inconcebible que en pleno virtual siglo XXI se haya disparado de este modo la estructura pública, tanto en términos institucionales como de personal.
Por último queda el tema del apalancamiento, en mi opinión el elemento clave para conocer el estadio de la crisis en el que nos encontramos. Pues bien, su inevitable reducción desde el 350% sobre el PIB actual provocará, a nivel particular, una contracción del consumo que ahondará aún más en la deriva deflacionaria a la que hemos hecho referencia antes; el encarecimiento del coste de la deuda pública que incrementará, para un mismo volumen, el gasto estatal, dificultando aún más la corrección de las cuentas públicas y provocando una competencia por los recursos escasos con el sector privado; las mayores dificultades de este último llevarán a un rechazo de proyectos de inversión como consecuencia de la elevación de la tasa de descuento a aplicar a los mismos; por último, su impacto sobre la banca se traducirá en una contracción del activo, menos crédito disponible y precios más caros, con el mismo efecto sobre empresas y particulares que acabamos de señalar. Un panorama que sólo se corrige acelerando el proceso de liquidación de deuda, apenas iniciado. Cuanto más se retrase, peor.
Acabo con una nota positiva, después de tal compendio de calamidades. A mi juicio, la actual coyuntura va a permitir recuperar cuatro grandes valores. Se disparará la imaginación. España es un país de supervivientes y, sin duda alguna, la necesidad agudiza el ingenio. Volveremos a demostrarlo. Nunca hemos estado tan preparados para afrontar una realidad como ésta. Se recobrará la austeridad, entendida no tanto como el no gastar cuanto descubrir lo que cuestan las cosas. Nuestras madres remendaban los calcetines y ponían coderas a los jerseys, no lo olvidemos. Volverá con fuerza la verdadera autoridad, la de aquellos que buscan tu bien, como padres o maestros, y no la que emana de los que persiguen su propio interés, como los políticos. Y se recuperará la espiritualidad. Cuando el hombre deja de ser el centro, algún Otro viene a llenar su espacio. Aunque, a lo peor, sólo lo hace para que podamos afirmar con propiedad Virgencita, virgencita que me quede como estoy o Dios nos pille confesados. Muchas gracias.”
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