jueves, 23 de diciembre de 2010

Repasando a Keynes!!!!!

DE NUEVO, ¡KEYNES!


“La economía de hoy es cronológicamente poskeynesiana pero intelectualmente prekeynesiana” .

En la contabilidad de los efectos perversos de la crisis en curso (caída del producto y del empleo, contracción del comercio internacional y del crédito, reducción de la demanda efectiva, etcétera), subyace un fracaso mayor, de corte intelectual del pensamiento económico convencional, tanto por la carencia de eficacia explicativa de la crisis misma, cuanto por la falta de disponibilidad de perspectivas para su superación. El problema comienza con Adam Smith y se profundiza desde la, ya citada, definición ofrecida por Lionel Robbins –en 1932- para la economía: “La ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos”.

La escasez, como punto de partida, obliga a construir una lógica que no se compadece de la aparición de problemas de demanda; si ésta supera a los recursos que, por ello, son escasos, la solución estándar es la <> (“La oferta crea su propia demanda”, propondría J. B. Say y asentiría Ricardo); por lo que una crisis de abundancia (que es de demanda) escapa a la comprensión de la economía convencional. Malthus y Marx antecedieron a Keynes en la reflexión teórica que pondría en tensión este supuesto; y lo hicieron, como Keynes, con arreglo a la notable intuición de la demanda efectiva.

En el caso de Malthus, aunque su intuición de la demanda efectiva se agotó en la relativa a los bienes de consumo, Keynes reproduce una relevante relación epistolar entre Ricardo y el que Keynes denominó el primer economista de Cambridge, Thomas Robert Malthus. El 24 de enero de 1817, Ricardo le escribió:
“Me parece que una causa fundamental de nuestras divergencias sobre la cuestión que tan a menudo hemos discutido es que tú siempre tienes en mente los efectos inmediatos y temporales de las mutaciones particulares, mientras que yo dejo a un lado estos efectos inmediatos y temporales y concentro toda mi atención en el permanente estado de cosas que resulta de ellos. Tal vez tú concedas un peso excesivo a esos efectos temporales, mientras que yo me siento inclinado a infravalorarlos. Para tratar correctamente el asunto sería necesario diferenciarlos y citarlos cuidadosamente, adscribiendo a cada uno a los debidos efectos”.

Dos días después, Malthus respondió:
“Estoy de acuerdo contigo en que una causa de nuestra diferencia de opinión es la que tú mencionas. Es verdad que tiendo a referirme con frecuencia a las cosas tal como son, como única vía para hacer que mis escritos sean prácticamente útiles a la sociedad, y creo también, como única vía que me preserve de caer en los errores de los sastres de Laputa, de modo que partiendo de un pequeño error se llegaría a conclusiones alejadísimas de la verdad. Por lo demás, creo realmente que el progreso de la sociedad consiste en movimientos irregulares, y que omitir las consideraciones de causa, que durante ocho o diez años darán un fuerte impulso a la producción y a la población, o serán un freno para ellas, es omitir las causas de la riqueza y de la pobreza de las naciones, que es el gran objeto de las investigaciones de la economía política. Un escritor puede hacer cuantas hipótesis le plazca, pero si presupone lo que no es prácticamente verdadero, excluye la posibilidad de sacar de sus hipótesis una conclusión práctica. En tu ensayo sobre los beneficios, supones que los salarios reales del trabajo se mantienen constantes, pero puesto que varían con cada modificación del precio de las mercancías (mientras nominalmente siguen iguales) y, en realidad son variables como los beneficios, no hay ninguna posibilidad de que tus deducciones sean exactas en cuanto aplicadas al estado efectivo de las cosas. En todos los países de nuestro entorno, y particularmente en el nuestro, vemos periodos de mayor o menor prosperidad y a veces de adversidad, nunca el progreso uniforme que tú pareces únicamente contemplar. Pero hay todavía una causa más específica de divergencia entre nosotros. Tú pareces creer que las necesidades y los gustos de la humanidad están siempre a punto para la oferta, mientras que yo soy rotundamente de la opinión que pocas cosas hay más difíciles que inspirar nuevos gustos y necesidades, especialmente con viejas materias primas; que uno de los grandes elementos de la demanda es el valor que la gente atribuye a las mercancías, y que cuanto más plenamente se adapte la oferta a la demanda tanto mayor será este valor, y por lo tanto mayor será el número de días de trabajo que se intercambiará [...] Estoy profundamente convencido de que prácticamente el actual obstáculo para la producción y la población surge más de la carencia de estímulo que de la carencia de capacidad de producción” .

Para Keynes, el éxito de la teoría ricardiana eclipsó lamentablemente el tema de la demanda efectiva:
“Ricardo conquistó a Inglaterra como la santa Inquisición a España, desapareció completamente y dejó de estudiarse. El gran enigma de la demanda efectiva, con el que Malthus había luchado, se desvaneció de la literatura económica. Ni una sola vez puede verse mencionado en cualquiera de los trabajos de Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou, de cuyas manos ha recibido su mayor madurez la teoría clásica. Sólo pudo vivir furtivamente disfrazada, en las regiones del bajo mundo de Carlos Marx, Silvio Gesell y el mayor Douglas” .

En la forma que Keynes recupera la demanda efectiva, que es aquella que agrega la de bienes de consumo con los de inversión, y la que efectivamente se encuentra con la curva de oferta, definiendo monto de producción, nivel de precios y volumen de ocupación, existe una diferenciación de enorme importancia, relativa a la estabilidad: Mientras el gasto en consumo, siempre como proporción del ingreso tiende a ser visiblemente estable, aquel destinado a los bienes de inversión, por la omnipresente incertidumbre, tiende a mostrar mucho mayor inestabilidad. Con una clara superioridad teórica y práctica, Keynes coloca a la demanda efectiva en el sitio que la economía clásica colocó a la Ley de Say.

En relación causal con la idea de escasez, la teoría convencional –también desde los tiempos de David Ricardo, le otorga al dinero un carácter neutral sobre el funcionamiento del sistema económico, con arreglo en la Teoría Cuantitativa de la Moneda:
“Una premisa de la teoría es que la velocidad de circulación del dinero sea un parámetro bastante estable. En consecuencia, cualquier aumento de la cantidad de dinero debería traducirse en un aumento en la misma proporción del nivel general de los precios, si a corto plazo también la cantidad de bienes disponibles se mantiene constante. Dicho de otro modo, dada la disponibilidad de los bienes, el nivel de sus precios vendría a depender exclusivamente de la cantidad de dinero en circulación. Si se eleva el nivel general de precios (inflación), la causa sería imputable al aumento de la circulación monetaria; al contrario, la deflación sobrevendría como consecuencia de una contracción del circulante, y no por otra cosa. El abanderado de la escuela neocuantitativa o escuela de Chicago, M. Friedman, ha podido escribir: “Quizá ninguna otra relación empírica en economía se ha visto reaparecer tan uniformemente, en una variedad tan amplia de circunstancias, como la relación entre los cambios sustanciales del stock de dinero a corto plazo y las variaciones de los precios; unos y otros están infaliblemente ligados y van en la misma dirección: yo diría que esa uniformidad es del mismo orden que las que forman la base de las ciencias físicas”. El mecanismo a través del cual la circulación monetaria influye en los precios es el de la demanda. Si, como se supone, los individuos desean mantener cierta proporción constante, o casi, entre sus stoks líquidos y la disponibilidad de otros bienes, cualquier agregado al dinero en su posesión se transformará en demanda de otros bienes en esa proporción. Pero esa demanda difícilmente podrá ser satisfecha si la capacidad de producción de la economía está agotada, o si de cualquier modo la oferta correspondiente tarda en manifestarse, por las rigideces de la producción (por lo menos a corto plazo). La consecuencia será pues una inflación de demanda, que reducirá el poder adquisitivo de los stoks de dinero en poder de los individuos. El anterior exceso de liquidez no será considerado tal, porque el aumento de los precios habrá restablecido la proporción habitual entre el valor nominal de los otros bienes (o también entre dos valores reales: lo importante es que se confronten valores homogéneos, o todos nominales o todos reales).

Según la teoría cuantitativa, el fenómeno inflacionario derivado del aumento de la circulación monetaria debería tener escasas repercusiones sobre los precios relativos: eso significa que todos los precios absolutos deberían aumentar aproximadamente en la misma proporción, de manera que sus relaciones no se modificarían en forma significativa” .

Para Keynes, además de medio de pago, el dinero es un depósito de valor que liga el presente con el futuro, y que también se somete a la incertidumbre, ahora referida a los cambios futuros y desconocidos de las tasas de interés que variarán temporalmente en relación inversa a las variaciones de la oferta monetaria, hasta que la trampa de liquidez haga acto de presencia. Además, aunque la economía estándar imagina los efectos inflacionarios de los aumentos de dicha oferta en situación de pleno empleo (supuesto irreal), Keynes advierte que, mucho antes del pleno empleo, el nivel de precios experimentará presiones al alza y que, en algunos casos lo hará por razones estructurales (inelasticidad de la oferta) y no por razones monetarias.

Tanto en la Teoría general cuanto en reflexiones complementarias, Keynes advierte que la Teoría cuantitativa, al afirmar que un incremento en la oferta monetaria, posterior al pleno empleo, sólo afectará proporcionalmente al nivel general de precios manteniendo la relación entre precios relativos, ignora la existencia de una demanda de dinero para fines especulativos, que corresponde a la función de preferencia por la liquidez relativa a la propia tasa de interés, L2 (i) = M2:
“Era usura, escribió a un corresponsal, <> para cubrir acontecimientos fortuitos que no pueden asegurarse trasmite una precisión falsa, que conforta a los mercados, pero que no tiene ninguna base en la ciencia” .

SUPUESTOS CONSECUENCIAS
Los precios de mercado son buenos indicadores del valor económico racionalmente evaluado. Los mercados son, en general, autocorrectores si hay una disciplina de mercado como instrumento más eficaz que la regulación o la supervisión
El desarrollo del crédito titulizado, dado que se basa en la creación de nuevos mercados más líquidos, ha mejorado tanto la eficiencia de la asignación como la estabilidad financiera. La principal responsabilidad en la gestión de riesgos radica en la dirección superior y en los consejos de administración de las empresas.

Las características del riesgo de los mercados financieros pueden inferirse mediante análisis matemático, proporcionando sólidas medidas cuantitativas del riesgo comercial. La protección al cliente no se consigue mejor por la regulación de los productos o la intervención directa, sino asegurando que los mercados al por mayor sean tan libres y transparentes como sea posible.

La disciplina del mercado puede ser un instrumento eficaz para restringir la asunción de riesgos nocivos La distribución de los rendimientos del pasado proporciona un abanico de incertidumbre sobre los rendimientos futuros. La distribución, o la incertidumbre de los resultados, se mide mediante la desviación estándar o la varianza.

Puede suponerse que la innovación financiera es beneficiosa, ya que la competencia en el mercado desestimaría cualquier innovación que no supusiera un valor añadido Gestión de todo tipo de riesgo: crediticio, de liquidez, de mercado, legal, catastrófico, regulador, político, de cumplimiento y de reputación. Estos riesgos, se creyó, podían calcularse actuarialmente, exactamente igual que el seguro de vida.

Fuente: Elaboración propia con apoyo en The Turner Review: a Regulatory Response to the Crisis in Global Banking, Financial Services Authority, 2009, p. 39.

Esta teoría, en un primer lugar y a considerable distancia del resto, fue la primera baja a contabilizar con la actual crisis, entre otras cosas, por haber convertido en un artículo de fe que la diversificación de los productos financieros reduce el riesgo: “Los modelos de gestión del riesgo ignoraron la posibilidad de una correlación casi completa o un impulso en el movimiento de los riesgos, típico de un auge o de una crisis. Lo que sucedió a lo largo de 2008 fue que, de repente, el 10 por ciento de los riesgos se convirtió en el 90 por ciento o más, y todo ello al mismo tiempo” .

La previsión de un notable keynesiano, arroja luminosa luz sobre la suerte de los productos financieros diversificados: “Muy pocos en ese momento, como el profesor Maurice Allais en París y, en Nueva York, Hyman Minsky –un profesor estrafalario y marginal admirado por marxistas y por gestores de hedge funds-, fueron los que anunciaron que se avecinaba una grave crisis financiera. Minsky preveía un desarrollo en cinco fases: una innovación rentable (o un cambio de política económica), un boom, un estado de euforia, la retirada de beneficios y, finalmente, el pánico, que desde entonces recibe el nombre de Minsky Moment y que él predecía para el año 2009…” .

Sobre el mismo aspecto, Skidelsky aporta lo siguiente: “El ya fallecido Hyman Minsky, también tras los pasos de Keynes, describió un sistema financiero que transforma la inversión en especulación, seguida por colapso. Los periodistas económicos han debatido largo y tendido si el momento actual representa un <>. Los economistas de la teoría dominante hicieron caso omiso e ignoraron por completo a Minsky” .

Minsky mismo, ofrece su versión de las fluctuaciones, del momento realmente anunciado y de la necesaria reivindicación de Keynes:
“La socialización de la inversión que Keynes sugirió ofrece una alternativa tanto para el tratamiento de la inestabilidad y el estancamiento que rigen actualmente, como para las ineficiencias inherentes a una economía donde las transferencias son suficientemente grandes como para ser una barrera efectiva contra el colapso de las ganancias que lleve a las depresiones profundas.

Keynes es poco importante en la teoría y la política que actualmente dominan pero eso sólo subraya la banalidad de la teoría y ayuda a explicar lo inadecuado de la política. Como se ha mostrado, la incapacidad de la teoría actual para comprender la tan evidente inestabilidad de nuestra economía, lleva a la necesidad de una reconstrucción de la teoría. Como la incapacidad de la política para operar en la inestabilidad se ha vuelto también evidente, tendrá que ocurrir una verdadera revisión de la política. En ese momento –y me atrevo a decir que el momento está cerca- Keynes será de gran importancia, no como un conjunto de doctrinas heredadas, sino como creador de los hombros de un gigante sobre los cuales pueda descansar la disciplina y el análisis de la política” . El momento, Minsky o Keynes, ha llegado.

Escasez de bienes de consumo, neutralidad del dinero, equilibrio con pleno empleo y la notable afición por partir de supuestos despojados de realismo, han sido componentes fundamentales en las diversas construcciones clásicas y neoclásicas que han desembocado en teorías diversas, como: monetarismo, expectativas racionales, ciclo económico real y mercados eficientes. En todos estos casos, resulta notable la ausencia de lo que para Keynes era fundamental en el análisis del comportamiento de los agentes económicos: la construcción de expectativas con arreglo a la omnipresencia de la incertidumbre:
“Por conocimiento <> no pretendo simplemente distinguir lo que se da por cierto de lo que es sólo probable… El sentido en el que estoy utilizando el término es aquel en el cual la perspectiva de una guerra europea es incierta, o el precio del cobre y el tipo de interés de aquí a veinte años, o la obsolescencia de los inventos, o la situación de los poseedores de riqueza privada en el sistema social de 1970. En estas cuestiones no existe ninguna base científica sobre la que pueda formarse ninguna probabilidad calculable. Sencillamente no lo sabemos” .

A la incertidumbre se le debe diferenciar del riesgo y de la probabilidad, aunque recurrentemente se les confunde en las propuestas neoclásicas; veamos la posición de Keynes, en el extraordinario capítulo XII de la Teoría general:
“Al hacer nuestras previsiones sería torpe atribuir gran influencia a motivos que sean inciertos (Con “muy inciertos” no quiero decir lo mismo que con “muy improbables”). Por tanto, es razonable dejarse guiar principalmente por los hechos que nos inspiren cierta confianza, aunque tengan una importancia menos decisiva para nuestros fines, que por otros poco y vagamente conocidos. Por este motivo, los hechos propios de la situación presente entran, desproporcionadamente en cierto sentido, en la formación de nuestras previsiones a largo plazo, siendo nuestra costumbre fijarnos en la situación actual para proyectarla en el futuro, modificándola únicamente según los motivos más o menos definidos que tengamos para esperar una modificación” .

Bajo tales circunstancias, y asumiendo que el papel de la inversión -el gasto activo y fluctuante de la demanda efectiva-, es el de motor del sistema económico, resulta fundamental reconocer la variedad y jerarquía de aquellos elementos que, para Keynes, la determinan:
“La teoría se puede resumir diciendo que, dada la psicología del público, el nivel de producción y de ocupación en general depende del volumen de inversión. Lo planteo de ese modo, no porque sea el único factor del que depende la producción agregada sino porque, en un sistema complejo, se acostumbra considerar como la causa causans el factor más sujeto a fluctuaciones bruscas y apreciables. De una manera más general, la producción agregada depende de la propensión a atesorar, de la política de la autoridad monetaria en la medida en que afecte el volumen de dinero, del estado de confianza respecto del rendimiento esperado de los bienes de capital, de la propensión a gastar y de los factores sociales que influyen en el nivel del salario monetario. Mas, entre todos esos factores, los menos confiables son aquellos que determinan la tasa de inversión, pues en ellos influyen nuestras ideas del futuro, acerca del cual sabemos tan poco” .

Mayor claridad, imposible. El momento en el que, en palabras de Minsky, Keynes regresa como creador de los hombros de un gigante, es –ni más ni menos- ahora.

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