jueves, 23 de diciembre de 2010

Las Limitaciones del Nacionalismo Económico

EL NACIONALISMO ECONÓMICO.

“Simpatizo, por lo tanto, con aquellos que tenderían a minimizar, antes que con aquellos proclives a maximizar, los lazos económicos entre naciones. Ideas, conocimientos, arte, hospitalidad, viajes... son cosas que por naturaleza deberían ser universales. Sin embargo, que los bienes sean de fabricación casera siempre que sea razonable y convenientemente posible, y –sobre todo- que las finanzas sean primeramente nacionales” .

En el pensamiento económico y, más específicamente, en la política económica, las formas diversas de proteccionismo suelen identificarse como incorrecciones políticas invariablemente inadecuadas; sin embargo, en el terreno de los hechos y frente a los apremios producidos por una crisis global, estas medidas toman un sitio relevante en la relación entre naciones, pese a ser identificadas con la poco solidaria intención de empobrecer al vecino. Esto es así porque, aunque la economía puede ser, y es, internacional, la política, el diálogo entre gobernantes y electores, siempre es nacional. Respecto al artículo de Keynes, del que se ha extraído el epígrafe con el que comienza el presente apartado, el afamado economista Lionel Robbins, padre de la célebre definición de la economía, Ciencia que estudia la conducta humana en cuanto a relaciones entre fines y medios escasos, susceptible de usos alternativos, en su no menos conocido Ensayo sobre la naturaleza y el significado de la ciencia económica, declaró: “... hasta Keynes sucumbió a la insensatez corriente... una triste aberración de una mente noble” . En su reconocida ambigüedad, Keynes sólo describía las causas y posibles alcances del nacionalismo económico.

Es una historia conocida la del efecto que el proteccionismo estadounidense tuvo, primero, en la ampliación y profundidad de la depresión mundial y, segundo, en las reacciones nacionales en Euarasia, Europa, Japón y América latina, mucho más allá de la reciprocidad arancelaria. Stalin reanimó una repetición del comunismo de guerra, a partir de los magros frutos de la Nueva Política Económica (NEP, por sus siglas en inglés), de Lenin, que –por la falta de respuesta de las economías occidentales y por la debilidad del sistema económico- condujo forzosamente a la autarquía soviética (y bajo la lógica, totalmente estalinista, del socialismo en un solo país), con un éxito considerable: En opinión de Angus Maddison: “El periodo que va de 1938 al inicio de la guerra fue uno de logros económicos fundamentales en términos de producción industrial. A tono con los propósitos originales de la revolución, el radio de acción del control estatal fue muy ampliado. Las técnicas de planeación centralizada y de ubicación de recursos se desarrollaron. Se logró una colectivización más o menos completa de la agricultura. Los pequeños empresarios fueron eliminados en la distribución y en las artesanías y prácticamente todos se convirtieron en empleados estatales. Por lo tanto, el grado de control estatal se extremó aún más de lo que ha sido en cualquier otro país comunista (de 44 % de la economía en 1928 a 96 % en 1934)” . Por su parte, Mussolini, Hitler y los militares del Partido Seiyuu, en Japón, comenzaron a entonar inquietantes cantos nacionalistas que, en los tres casos, exaltaban el requerimiento de la expansión territorial, por medios militares, despreciando la herencia y, muy especialmente, las instituciones del liberalismo, entendido como hegemón geocultural. Por su parte, las economías de la América latina que pudieron romper con una función internacional primario-exportadora (provisión al capitalismo maduro de alimentos y materias primas), iniciaron un proceso de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) que, para ser eficaz, requería de enormes barreras proteccionistas.

“Mussolini justificó la invasión de Abisinia –que significó la ruptura definitiva de Italia con el Sistema de la Sociedad de Naciones- como una vuelta al imperio romano, pero también como la búsqueda de una salida en África para la superpoblación italiana. Ahora Italia se proponía construir el nuevo imperio del Mediterráneo (“nuestro mar”). En 1932 el ministro de Relaciones Exteriores, Dino Grandi, explicaba ante el Senado que una nación de 42 millones de habitantes no podía permanecer ´apresada en un mar sin salida´. Libia sería el destino inicial. La colonización dirigida por el Estado, se definía como la necesaria reacción ante la depresión, con métodos expeditivos imprescindibles para ´acelerar la concreción de la verdaderamente grandiosa empresa que se persigue´. África era el nuevo destino de la emigración italiana y de la reafirmación nacional” . En Alemania, donde existía un prolongado ambiente cultural y político contrario al tratado de Versalles y agudizado por la depresión, la obra clave de Adolfo Hitler (Mein Kampf) recogía la reivindicación popular: “... el derecho a la posesión de la tierra puede convertirse en un deber si, privada de una mayor extensión de esa tierra, una gran nación se viera amenazada por la destrucción” . Ya instalado en el gobierno, el tema se ventiló con mucha mayor especificidad: “Apenas nombrado canciller de Alemania, en enero de 1933, Hitler expuso las bases de su política futura en un encuentro privado con jefes militares. Desde su punto de vista existían dos soluciones alternativas para el problema alemán. Una primera opción consistiría en que Alemania pudiera desarrollar su potencial industrial mediante la revitalización de la economía exportadora después de los estragos de la depresión. Sin embargo, al comenzar su discurso, había subrayado la limitada capacidad del mercado mundial para absorber exportaciones. Por ende, la segunda alternativa sería ´quizá –y probablemente mejor- la conquista de nuevo espacio vital en el este, con la consecuente brutal germanización´” . Estas reacciones no se interpretaron, por lo general, en toda su inquietante dimensión: “Fue durante este periodo cuando el ascenso del fascismo en Italia y, en mayor grado, el del nazismo en Alemania, evidenciaron para quienes estaban dispuestos a ver con penetración en estos acontecimientos los extremos peligros del nacionalismo desbocado amamantado por la crisis y la depresión económicas” .

El Japón mostraba asombrosas coincidencias con sus futuros aliados: “... explicó la invasión a Manchuria posterior a 1931 en términos de su necesidad de hacerse un lugar en un mundo donde las industrias exportadoras japonesas ya no podían encontrar mercados. Sería un ´salvavidas´ para la provisión de materias primas, para la creación de un nuevo mercado para los bienes japoneses, y un medio para aliviar la superpoblación rural de Japón. Los sectores del empresariado japonés describían el modelo de desarrollo económico de Manchukuo, el Estado títere japonés, conducido por el gobierno, como ´una solución a la actual encerrona y como una salida a la depresión´” .

Por lo que hace a la ISI, en América latina, tenemos que, a reserva de la posible profundización del análisis caso por caso, la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL, 1948) ha elaborado abundante material acerca de las etapas del crecimiento regional (hacia afuera, hacia adentro, y reciente), en los que se analizan los efectos de la Gan Depresión, para la aparición de la segunda etapa, en cada sistema económico, y que fueron comunes, para dar origen a la ISI. El carácter vernáculo de la Teoría del Desarrollo cepalina y el lugar privilegiado que el tema ocupó durante un largo período en la región, se describen con asombrosa claridad, entre otras, en las obras de Aníbal Pinto , a los efectos de realizar una afortunada esquematización de las etapas y, a los efectos también, de esclarecer las variables explicativas estructurales, no monetarias, de la inflación regional, en clara sintonía con el análisis keynesiano de las complicaciones que, en la realidad, enfrentaría la llamada Teoría cuantitativa de la moneda; ambos planteamientos encuentran en la ineficiencia productiva al más fuerte incentivo para la elevación de los precios. Keynes lo explica de la siguiente manera:
Sea:
EZ= Elasticidad de la oferta;
dD= variación de la demanda (en cualquier sentido);
dZ= variación en la oferta (en el mismo sentido que la variación en la demanda), y
π= inflación, tal que:
EZ= dZ ÷ dD < 1  π;
Si la variación en la demanda no produce un efecto igual o mayor en la variación de la oferta, ésta será inelástica (menor que 1 en esta relación), con lo que la presión de la demanda no actúa como un incentivo para la producción (que es ineficiente) y opera sobre el nivel de precios, produciendo inflación, sin que la oferta monetaria represente papel alguno en esta causal . Por éstas y otras razones, para algunos relevantes autores latinoamericanos, se hace una interpretación de la industrialización sustitutiva de importaciones, como una suerte de versión latinoamericana del modelo keynesiano , por su carácter expansivo, por una (más declarada que operada) vocación distributiva, por el sometimiento de la política monetaria a la política fiscal y, estelarmente, por la omnipresencia intervencionista del Estado.

El proceso sustitutivo, en realidad, lo fue en dos sentidos: la sustitución de exportaciones desde la metrópoli, por la Gran Depresión, primero, y por los efectos que en la estructura productiva impuso la guerra, después, y la sustitución de importaciones desde la periferia, mediante la industrialización ligera, para los mercados internos y la importación de bienes de capital y de materias primas elaboradas. Hay, también, un efecto suplementario por el estallido y duración de la Guerra de Corea (1950-1953), que prolongó esta primera etapa sustitutiva de importaciones.

Para muchos analistas, la obsesión latinoamericana por el tema del desarrollo, bajo la interpretación novedosa del historicismo estructuralista, que distinguió al pensamiento cepalino durante un duradero proceso de elaboración teórica, encontraba –al lado de la convergencia con las más importantes aportaciones keynesianas sobre el sistema económico- relevantes puntos de contacto con obras de indiscutible sesgo marxista, especialmente en el empleo de referentes y periodizaciones de carácter histórico. Es el caso del extenso trabajo de Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, en el que la cantidad y relevancia de coincidencias en ambos análisis histórico estructurales, resulta notable. Volviendo a la periodización cepalina, se presenta la siguiente aportación de A. Pinto, la esquematización de su esquema, que sería:

ETAPAS DEL CRECIMIENTO DE AMÉRICA LATINA.

ETAPAS DEL CRECIMIENTO FUERZA DINAMIZADORA CONTRADICCIÓN ESPECÍFICA
HACIA AFUERA. DESDE LA CONQUISTA HASTA LA CRISIS DE 1929. DEMANDA EXTERNA DE BIENES PRIMARIOS, ALIMENTOS Y MATERIAS PRIMAS. ESTRUCTURA PRIMITIVA DE LA PRODUCCIÓN VERSUS ESTRUCTURA CIVILIZADA DEL CONSUMO.

HACIA ADENTRO. CRISIS DEL MERCADO MUNDIAL CAPITALISTA, DESDE LA GRAN DEPRESIÓN AL TÉRMINO DE LA GUERRA DE COREA DEMANDA INTERNA DE BIENES DE CONSUMO LIGEROS (ALIMENTOS, BEBIDAS, CALZADO, VESTIDO). 1ª. ETAPA DE LA ISI. ESTRUCTURA PRIMARIA DE LAS EXPORTACIONES VERSUS ESTRUCTURA INDUSTRIAL DE LAS IMPORTACIONES. DESEQUILIBRIO EXTERNO.

RECIENTE. HEGEMONÍA MUNDIAL DE EUA Y TRANSFERENCIAS PRODUCTIVAS DEMANDA INTERNA DE BIENES DE CONSUMO DURADEROS. LÍNEA BLANCA, AUTOMÓVILES Y ELECTRODOMÉSTICOS. NIVEL MEDIO DE INGRESO VERSUS PRECIO MEDIO DE LA NUEVA OFERTA INDUSTRIAL.

Elaboración propia con apoyo en Aníbal Pinto, Inflación ..., op. cit. pp. 105-140.

Dos circunstancias, de gran importancia, alentaban al espíritu del nacionalismo económico: En primer término, el abultado cuerpo de rigideces que derivan del patrón oro, a los efectos de imposibilitar una política monetaria soberana sobre el tipo de cambio y a los efectos, también, de imponer las mismas limitaciones a la oferta monetaria. En segundo término, aparece el pavoroso efecto de depresión, deflación, carrera arancelaria y devaluaciones competitivas, en la notable caída del comercio internacional.

El 20 de septiembre de 1931, Inglaterra abandona el patrón oro y, con cierta velocidad, la libra esterlina pasa a establecerse en alrededor de 3.87 dólares, después de haberse mantenido desde 1925, y por el restablecimiento de ese patrón, en 4.86 dólares. La reacción de Keynes es la de un moderado optimismo, por cuanto un número significativo de sociedades, con la estadounidense al frente, habrían de continuar apresadas por los grilletes de oro. La devaluación razonable de las monedas ya liberadas, como aconteció con la libra, disponían de todas las ventajas de una elevación en los aranceles, y ninguna de sus desventajas. Aquí se evoca la oportuna reflexión keynesiana, publicada en el Sunday Express, el 27 de septiembre de 1931, con el título de “El futuro del mundo”:
“Hay pocos ingleses que no se alegren de la ruptura de nuestras cadenas doradas. Sentimos que tenemos por fin las manos libres para hacer lo sensato. Ha pasado la fase romántica y podemos empezar a discutir con realismo cuál es la mejor política. Puede parecer sorprendente que un movimiento que se había presentado como una catástrofe desastrosa haya sido recibido con tanto entusiasmo. Pero las grandes ventajas para el comercio y la industria británicos, derivadas de terminar con nuestros esfuerzos artificiales para mantener nuestra moneda por encima de su valor real, fueron captadas con rapidez [...] No maravilla, pues, que sintamos cierta euforia por el respiro, que las cotizaciones de la bolsa suban y que los huesos secos de la industria se remuevan. Porque si el cambio de la esterlina se deprecia, digamos, en un 25 por 100, esto hace tanto para restringir nuestras importaciones como un arancel de esa cuantía; pero mientras que un arancel no podría favorecer nuestras exportaciones, y podría perjudicarlas, la depreciación de la esterlina les supone una subvención del mismo 25 por 100, con lo que protege al productor nacional contra las importaciones [...] La solución a la que nos han conducido, aunque nos proporciona un respiro inmediato y transfiere la tensión a otros, es en verdad una solución insatisfactoria para todos. El mundo nunca será próspero sin una recuperación comercial en los Estados Unidos. Paz, confianza y un equilibrio económico armonioso para todos los países del globo más íntimamente interrelacionados, es el único objetivo que vale la pena proponerse” .

Pese a la reivindicación que hace Keynes de los mercantilistas, la opción de resolver los problemas nacionales empobreciendo al vecino, en realidad no podía ser una opción duradera ni deseable, entre otras razones, porque equivale a convocar al inicio de una guerra comercial, en un juego de suma cero en el que, al final de la jornada, todos podrían resultar vencidos. Su verdadera intención era que en todo el planeta –como aconteció con cierta tardanza- se siguiera el ejemplo británico, sin que nadie conservara sus doradas cadenas (corriendo la suerte del Rey Midas) y las relaciones entre las monedas fueran el resultado del intercambio de bienes. Su advertencia, relativa a la inoportunidad de establecer altos aranceles tardó considerablemente, como casi todas sus persuasiones, en ser entendida y mucho más en ser atendida .

La impronta de la crisis, también en el campo del intercambio comercial tuvo una significativa contracción de las exportaciones de países no desarrollados e incipientemente desarrollados, de manera que su principal, sino única, vía de acceso a la liquidez internacional se encontró dramática y apresuradamente bloqueada, en una lógica que terminó afectando, también, a las economías desarrolladas, por cuanto una importante demanda para sus exportaciones careció de capacidad de compra, en virtud de la caída de las exportaciones primarias a las que, de suyo, ya las había desvalorizado la fuerza deflacionaria que escoltó a la crisis; la caída de precios de la que se tuvo que sufrir una prolongada espera por la recuperación

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