España: El riesgo de la incertidumbre
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Manuel Muela - 24/12/2010
La marea del descontento y de la desconfianza va anegando los espíritus en España y empieza a tomar cuerpo la idea de que nos enfrentamos al hundimiento del modelo político otorgado en 1978, impotente ante la magnitud de la quiebra económica y financiera de la economía nacional. Pero, por vez primera en nuestra historia contemporánea, no existe propuesta alguna de carácter colectivo para ordenar la sustitución de lo existente. Tan es así que, recientemente, el jefe de la oposición terminó un discurso apelando al “Dios proveerá”. La orfandad política y la incertidumbre convierten a los españoles en presa fácil de sus acreedores y en rehenes de quienes se obstinan en no revisar las estructuras políticas y económicas que están en el origen de la crisis.
Cuando, en su azarosa historia, España tomó conciencia, en la segunda mitad del siglo XIX, de que la monarquía de Isabel II, carcomida por la corrupción, tocaba a su fin, hubo españoles de toda condición y de adscripciones políticas diversas que aunaron sus esfuerzos y su patriotismo para evitar los males del vacío: así nació el 16 de agosto de 1866 el Pacto de Ostende, ciudad de Bélgica, cuyo principal promotor fue el general Prim, que puso las bases de un nuevo orden político que se decidiría en unas Cortes Constituyentes. Al producirse la caída de Isabel II, en septiembre de 1868, existía un guión, lo que hoy se conocería como hoja de ruta, para restaurar la democracia en España y consolidar los derechos civiles. El asesinato del general Prim el 27 de diciembre de 1870, en vísperas de la llegada del rey Amadeo de Saboya, malogró el proyecto.
Algo parecido sucedió en el siglo XX con el fin de la Dictadura de Primo de Rivera en enero de 1930, recordada recientemente por Jesús Cacho, y el convencimiento de la caída de la monarquía de Alfonso XIII: también entonces, españoles de diferentes opiniones pusieron en común sus preocupaciones por el porvenir de la patria y firmaron en agosto de 1930 el Pacto de San Sebastián, que inspiró los primeros pasos programáticos de la Segunda República Española.
La falta de referencias y de opciones vertebradas en lo político y en lo económico es lo que añade preocupación a la situación de la España de hoy
Con independencia de los resultados de ambas experiencias, lo destacable, en mi opinión, es la preocupación de algunos españoles de entonces por las crisis políticas y económicas del momento y el esfuerzo por evitar a sus compatriotas los daños derivados del vacío y de la incertidumbre. La falta de referencias y de opciones vertebradas en lo político y en lo económico es lo que añade preocupación a la situación de la España de hoy: los españoles asistimos a los devaneos espasmódicos de los dirigentes públicos y a los abusos de los acreedores de nuestro país sin poder opinar y sin conocer propuestas diferentes a las proclamas del empobrecimiento de los más débiles para mantener privilegios y estructuras incompatibles con la moderación y el buen gobierno. Todo el discurso imperante es “más madera que es la guerra”, pero la de los vagones de segunda clase y de tercera, para mantener inalterados a los de primera.
Es verdad que la inquietud avanza de forma exponencial y surgen algunos chispazos que apelan a la corrección de este estado de cosas. Pero no dejan de ser opiniones individuales, en este periódico hay muestras abundantes de ello, que no alcanzan el objetivo deseable de lo colectivo. En este sentido, solo es destacable el manifiesto de la Fundación Everis, de mediados de noviembre, en el que hay un intento de coordinar propuestas alternativas, tras reconocer la crisis de lo presente, aunque todavía se queda más en un remozamiento de fachada del propio modelo que en un cambio del mismo. No obstante, es significativo que tal manifiesto se haya producido y haya obtenido adhesiones importantes. Pero los acontecimientos van a tal velocidad que se requieren actuaciones inmediatas y concretas, llámense plan B, C o D, y cortar de raíz los espasmos y señuelos, que se producen en el poder y alrededor del mismo, para ganar tiempo. Las elucubraciones sobre calendarios electorales y sobre las decisiones personales de los gobernantes son, en mi opinión, producto de la ceguera, y a veces del servilismo de quienes las transmiten, para aparentar una normalidad que hace mucho desapareció. Porque estamos en un tiempo de emergencia.
Hasta ahora, desde el fatídico mes de mayo, lo único tangible ha sido subir impuestos, bajar sueldos a los empleados públicos y congelar las pensiones, amenazadas estas últimas de disminución. Este es el señuelo de fin de año, una vez apagados los fuegos fatuos de la reforma laboral, vendida por muchos como bálsamo de fierabrás. Todo ello en un ambiente de presión hacia la deuda española, acuciada por la debilidad de los gobernantes y todavía respaldada aparentemente por la Unión Monetaria Europea: los sacrificios domésticos son engullidos por los intereses crecientes en una espiral diabólica. En cambio, nada se dice ni se propone sobre la reestructuración de un Estado hipertrófico, que no cumple su misión.
En España resulta urgente recuperar la confianza para restaurar el orden perdido y taponar las vías de agua que nos amenazan. A partir de ese reconocimiento, se podrían realizar algunas tareas necesarias, a las que me referí en mi comentario un plan B para España, para que los españoles puedan decidir, en su momento, con conocimiento y sosiego sobre su propio porvenir. Continuar predicando malos augurios y pidiendo sacrificios sin ofrecer nada a cambio puede terminar provocando pasar del miedo a la ira en perjuicio de todos. Ese es uno de los riesgos más claros de la incertidumbre actual.
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