Hay cosas que, siendo sincero, me resultan inexplicables. No es que yo tenga un especial interés en que el presidente del Gobierno sea objeto de ninguna clase de acción violenta, Dios me libre. No se trata de eso, no entiendan mal las cosas, sino de que me resulta sorprendente que con la que está cayendo, que con lo que de dramático tiene la situación que atraviesa el país y, sobre todo, la que atraviesan cientos de miles de familias españolas, no se haya producido ninguna clase de reacción social, que no haya habido concentraciones en la puerta de Moncloa, o de Ferraz, de ciudadanos cabreados con un Ejecutivo que nos ha llevado a las peores cotas de empobrecimiento de nuestra historia reciente y que, sobre todo, nos ha hecho perder muchos años. Lo que estamos viviendo es extraordinariamente grave, y a veces tengo la sensación de que la gente lo asume con demasiada resignación, como si formara parte de nuestro karma y no hubiera nada que hacer para evitarlo. Pero esa no es nuestra cultura, nunca lo ha sido, y probablemente esa sea la peor de todas las consecuencias de estos años de complacencia y adormecimiento de la sociedad: hemos perdido por completo nuestra capacidad de reacción y con ella la iniciativa y esa voluntad emprendedora que nos caracterizaba como nación.
De crisis anteriores hemos conseguido salir gracias a nuestra capacidad de reacción. Hemos sabido ser emprendedores, crear riqueza y poner ilusión en las cosas que nos rodean, en beneficio propio y de la toda la sociedad. En esta ocasión, es como si nos hubiéramos rendido, resignado a un destino aciago sin escapatoria
Estaba tentado de hacer el típico resumen de cómo estaba este país hace un año, que ya estaba bastante mal, por cierto, y cómo nos lo encontramos doce meses después. Este ha sido, sin duda, el peor año de nuestra vida, el más dramático, pero el que viene no promete ser mejor, sino más bien todo lo contrario. Pero dicho eso, permítanme que me detenga en una reflexión sobre lo que realmente me preocupa, que es cómo hemos caído en una especie de maldición que nos ha llevado a un desánimo colectivo que, probablemente, sea lo que en los próximos años nos impida salir de esta crisis como hubiéramos salido en otras circunstancias. Lo peor de todo lo que nos ha pasado, nos está pasando y nos va a pasar es que las generaciones futuras, nuestros hijos, además de ser más pobres que nosotros -cosa que nunca había ocurrido desde el final de la Guerra-, o se van fuera de este país o sus expectativas laborales y de mejora de su calidad de vida van a ser prácticamente nulas. Esta es, sin lugar a dudas, la herencia más diabólica y perniciosa que nos va a dejar Rodríguez Zapatero, y por la que deberíamos pedirle cuentas, ya no solo a él en las urnas, sino a todos los que han sido sus cómplices durante mucho tiempo. Este país, España, está sufriendo la crisis más agónica y profunda que hayamos imaginado nunca, porque es una crisis colectiva de desarme moral y hundimiento de nuestras expectativas en lo más profundo de nuestra propia existencia. Es como si todos hubiésemos caído, sin remisión, en una depresión aguda.
De crisis anteriores hemos conseguido salir gracias a nuestra capacidad de reacción. Hemos sabido ser emprendedores, crear riqueza y poner ilusión en las cosas que nos rodean, en beneficio propio y de la toda la sociedad. Esta vez, sin embargo, es como si nos hubiéramos rendido, resignado a un destino aciago sin escapatoria. Los jóvenes no esperan nada de sus mayores, si acaso aspiran a un triste puesto de trabajo algo por encima de esa mierda de salario mínimo que el jueves aprobó el Gobierno, o a sacar adelante una oposición a funcionario, y eso si en el futuro se convoca alguna. Los empresarios que se han visto obligados a cerrar sus empresas ya no tienen ninguna ilusión por volver a crear puertos de trabajo cuando la situación mejore, si es que lo hace algún día, y la probabilidad de que el país recupere aunque solo sea una parte del tejido industrial que ha perdido estos años es igual a cero. Las pocas empresas fuertes que se ven capaces de hacer negocio se han ido fuera, porque en España no hay posibilidad de obtener rentabilidad alguna y crear riqueza y empleo. Y los padres que queremos lo mejor para nuestros hijos sabemos que la única posibilidad de que puedan tener una vida mejor que la que se les ofrece en España es que se vayan fuera, y obviamente eso solo pueden hacerlo unos pocos.
Esta es la realidad, la tristísima y cierta realidad española, nos guste o no. Este es el balance, no ya de 2010, sino de casi siete años de Gobierno de Rodríguez Zapatero, y es tan profunda la apatía colectiva en la que nos ha sumido, que ni siquiera somos capaces de levantar la voz en forma de protesta. Pero, les seré sincero, deberíamos de hacerlo, porque es lo único que nos queda para recuperar aunque solo sea un poco de toda la dignidad que hemos perdido estos años como personas, como ciudadanos y como españoles.
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