-Walt Whitman dijo de su obra capital “Hojas de Hierba” “esto no es un libro, es un hombre”. De Los días de gloria, que esta noche presentamos, podríamos afirmar: “Esto no es un libro, es un sistema” porque lo que hace su autor es describir efectivamente una arquitectura política, institucional, financiera y mediática capaz de triturar a todo aquél que se oponga a sus designios o que pretenda desafiar su monopolio del poder. Esta estructura, de acuerdo con el cuadro que Mario nos pinta, está formada y manejada por ministros, jueces, fiscales, directores de medios, presidentes de bancos, responsables de órganos reguladores y toda una tupida malla de integrantes de las elites de nuestra sociedad que, aunque en no pocas ocasiones se combaten ferozmente entre sí, unen sus fuerzas si aparece en el horizonte alguien ajeno a su tinglado que amenaza su existencia ignorando sus jerarquías de vasallaje o pretendiendo reformarlo previa denuncia de sus abusos. Mario, poco después de la intervención de Banesto, ya ofreció un primer atisbo de esta compleja máquina de control y destrucción en otro libro, de hecho el primero que dio a la imprenta, y que tituló precisamente así: El Sistema. Sin embargo, en aquella época, la obra se publicó en 1994, los acontecimientos que se habían sucedido a ritmo trepidante durante los cinco años anteriores y que desembocaron a finales de diciembre de 1993 en la destitución por parte del Banco de España del Consejo de Administración en pleno del que era a la sazón el primer banco del país, eran todavía demasiado recientes para que Mario pudiese tener una perspectiva profunda y completa y para que pudiese calibrar con la requerida serenidad y objetividad -las heridas estaban abiertas y sangraban- el alcance de lo acaecido. Hoy el ciudadano español que desee conocer de manera cabal y rigurosa el llamado caso Banesto, que junto con la expropiación de RUMASA y los GAL, destaca como uno de los baldones más negros de la etapa felipista, dispone de la reedición de El Sistema, de las extraordinarias Memorias de un Preso, que son ya en estos momentos un extraordinario éxito editorial y, a partir de hoy, de estos Días de Gloria, que redondean e iluminan desde nuevos enfoques aquel período de infamia y de mentira.
Los que en esta sala tuvimos la suerte de nacer en tiempos en los que los bárbaros todavía no habían llegado, los que nunca creímos, a diferencia de lo que tan maravillosamente se describe en el famoso poema de Kavafis, que los bárbaros traerían una solución, pudimos leer a los clásicos griegos y latinos y en las páginas de Homero, de Herodoto, de Virgilio, de Plutarco y de Suetonio, aprendimos que la relación de los hombres y los dioses no es fácil y que los mortales nos clasificamos en tres categorías: aquellos a los que los dioses no ven, José Montilla es un ejemplo característico, aquellos a los que los dioses ciegan, Alberto Ruiz Gallardón sería un arquetipo, y aquellos a los que los dioses envidian, y aquí Mario emerge casi como una referencia. Yo no sé qué opinarán ustedes, pero entre ser liquidado por la propia mediocridad, por una desbordante ambición o por un rayo de Zeus, creo que la tercera opción es la más grandiosa y, por supuesto, la más elegante. Ahora bien, normalmente los habitantes del Olimpo se valen de otros seres humanos para liquidar al héroe que ha despertado sus celos y estos agentes de la ira divina no suelen utilizar métodos grandiosos ni elegantes, tal como queda expuesto con total claridad en Los Días de Gloria y en la Ilíada. Porque sin duda en este nuevo libro de Mario, que te atrapa desde su mismo comienzo y que no puedes dejar por su intenso atractivo, mezcla de thriller, itinerario sentimental, prontuario de mística, testimonio histórico y retrato de una casta voraz y amoral, lo que se relata es primero la concepción, desarrollo y ejecución de una flagrante injusticia y segundo el deliberado, vesánico e implacable intento de destrucción de un hombre, de su aniquilación física, mental, moral y patrimonial sin paliativos, sin piedad y sin cuartel.
Llegados a este punto, se impone una nota de cautela. Aparte de la editorial, Mario y yo estamos solos en esta mesa. Es decir, que a Mario le ha bastado con un único presentador, lo que es muy amable por su parte, pero que exige por la mía una explicación de mi presencia. Los Días de Gloria no es un libro inofensivo, es un libro explosivo. En sus sucesivos capítulos se narran hechos, decisiones, conversaciones y maniobras con protagonistas con nombre y apellidos, algunos de ellos ya fallecidos, pero otros muchos viven y tienen una continua y activa presencia pública a pesar de su situación de retiro de la primer línea o incluso los hay que siguen en puestos de muy alta responsabilidad política, institucional o empresarial. Desde esas posiciones continúan influyendo, moviendo hilos y propiciando o dificultando iniciativas, medidas y reformas. Incluso más, ocupan tribunas desde las que nos dan lecciones y nos indican lo que está bien y lo que está mal, lo que conviene o no conviene a España en este período de crisis y fracaso colectivo. Estas personas tienen una imagen y una reputación buena a los ojos de unos, regular o mala a los de otros, pero consolidada a lo largo de décadas de ejecutoria en puestos notoriamente relevantes, incluso determinantes en nuestro país.
Tras la aparición y amplia difusión de la obra que estamos presentando, esta imagen y esta reputación se verán afectadas y en no pocos casos en una dirección no exactamente favorable. Porque lo que Mario cuenta en Los Días de Gloria es una historia de persecuciones, de prevaricaciones, de rencores mezquinos, una historia de arbitrariedad y de utilización desaprensiva del Estado al servicio de proyectos personales, políticos o corporativos que implicaban el aplastamiento de un inocente. Eso es lo que Mario nos expone en su libro, mediante una profusión de nombres, fechas, datos, conversaciones, testimonios y actuaciones de individuos concretos. Vamos a ver. Si al presidente de la más importante entidad bancaria de un país, el subgobernador del banco central, le espeta en su cara con los ojos inyectados en sangre, en presencia de un gobernador silente y abochornado, “el problema eres tú, no puede ser que controles el banco y los medios, has de irte, coge tu dinero y márchate”, es decir que le reconoce que se disponen a llevar a cabo una intervención técnicamente absurda y jurídicamente impresentable con el único propósito de yugular la supuesta futura carrera política de un señor, cuyo pecado es haber triunfado en los negocios, ser un excelente comunicador, tener en su cabeza además de un sólido bagaje cultural una idea de España y gozar en aquellos días de un índice de aceptación y valoración popular envidiable, y que todo eso se va a perpetrar por instrucciones directas de la cúspide del Gobierno, vulnerando así escandalosamente la independencia de la institución nuclear del sistema financiero, ¿Qué hemos de pensar de semejante escena? Si la fiscalía presenta una querella redactada en base literal a un informe de dos inspectores del Banco de España elaborado con posterioridad, subrayo, con posterioridad a la intervención de Banesto y a continuación esos mismos dos técnicos, sí, por inaudito que parezca, los dos mismos, son designados por el instructor peritos judiciales de la causa, ¿Dónde hemos de buscar el derecho a una defensa imparcial? Si el juez que envió por primera vez a la cárcel a Mario le reconoce a un interlocutor mucho antes de que se produjera la intervención que este procedimiento le será asignado y se lo comunica cuando ese juez todavía no ha sido destinado ni siquiera a la Audiencia Nacional, ¿Qué concepto podemos construir sobre nuestro sistema judicial? Si el Administrador nombrado por el Banco de España para hacerse cargo de Banesto entra en su sede y le transmite a su hasta entonces consejero delegado su asombro ante lo sucedido con estas palabras “No entendemos nada. Estábamos convencidos de que vendería sus acciones y se quitaría de enmedio”, ¿Qué significa ese plural de “no entendemos”? ¿Quiénes fueron los que no entendieron porque esperaban que Mario ante la presión reaccionase de acuerdo con el edificante lema take the money and run? ¿Cuánta gente participó en la operación y con qué objetivos e intereses? Y otro punto asombroso, que suscita la más consternada incredulidad: ¿Cómo es posible que la Comisión Ejecutiva del Banco de España decidiese la intervención del primer banco del país sin que los consejeros vieran un papel, un dossier, un informe, unos cuantos folios, aunque fuera? Y que tomaran una decisión de ese porte en vacío, de repente, como si ejecutaran una sentencia dictada de antemano por motivos que nada tenían que ver con la salud financiera de Banesto, morosidad, recursos propios, autocartera y demás elementos concernientes al caso? Se trata de un conjunto de interrogantes en el que cada uno por separado es extraordinariamente inquietante, pero que colocados en fila en orden de batalla, como hace Mario en su libro, configuran un escenario de pesadilla.
Por consiguiente, presentar este libro no es un acto neutral o inocuo. Yo he aceptado acompañar a Mario esta noche porque a mí el relato de los hechos contenido en Los Días de Gloria me parece coherente, consistente, transparente y bien fundamentado. He contrastado la información que nos proporciona sobre los sucesos descritos con personas amigas, indiferentes u hostiles a Mario que vivieron aquellos acontecimientos en silla de pista o en las primeras filas y he extraído mis propias conclusiones. Por eso estoy aquí sentado dirigiéndome a ustedes. Nunca he sido proclive a los actos gratuitos de fe. La presentación que hace Mario del tema me merece credibilidad por su lógica interna y por el carácter incontestable o fácilmente verificable de la evidencia que aporta. Dicho esto, espero, y la palabra espero hay que interpretarla en sentido teologal y no meramente temporal, la respuesta de los mencionados en el libro a los que se atribuyen acciones deshonrosas, ruines, rastreras, traicioneras, cobardes o incluso presuntamente anticonstitucionales o delictivas. Si la reacción es el silencio o el desprecio, la versión de Mario prevalecerá ante la opinión, si existen interpretaciones distintas u opuestas a las de Mario y el libro alberga desenfoques, errores o calumnias que son denunciados y probados en el inmediato futuro, me manifiesto dispuesto a rectificar mi juicio actual sobre este trabajo autobiográfico de Mario y sobre el propio Mario. De momento me honro con su amistad y me complazco en expresar mi coincidencia básica con su diagnóstico sobre la crisis múltiple que atenaza a España en esta hora triste de su historia, crisis económica, institucional, moral y de unidad nacional que el sistema, por usar la terminología de Mario, oculta o minimiza prolongado y agravando así sus letales consecuencias. Yo procedo de las ciencias duras y veinte años dedicados a la investigación bajo la obediencia estricta al método científico me vacunaron contra la mitomanía y las teorías conspirativas. Es posible que esta sea la razón por la que Mario, que no da puntada sin hilo, decidiera que fuera yo el que presentase su libro. En cualquier caso, lo hago con sumo gusto.
Los Días de Gloria es también una historia de pérdida de la inocencia. La ingenuidad de aquel jovencísimo abogado del Estado que iniciaba su vida profesional en Toledo a principios de los setenta y que rebosaba de vocación de servicio público y de sed de conocimiento resulta a la luz de todo lo que sucedió después auténticamente conmovedora. Mario lo ignoraba todo sobre el funcionamiento del sistema. Su descubrimiento del papel de los medios en la fabricación o la demolición de reputaciones se produce con motivo del ataque a uno de los productos estrella de los Laboratorios Abelló, el Frenadol, por parte de un ex-empleado resentido. Y Mario comprende que la verdad no es un elemento relevante en los titulares y que para ganar una campaña de prensa adversa, hay que buscar y encontrar vericuetos extraños. Mucho después, ya en la presidencia de Banesto y consagrado como el arquetipo del triunfador, dos episodios vidriosos nos demuestran que la pureza de espíritu originaria no sobrevivió a los avatares de su progresión hasta la cima. En ambas ocasiones Mario recurre a los servicios de un espécimen típico de los sistemas corruptos, el conseguidor profesional o si se quiere el intermediario, el lobbysta, el abrepuertas, ese especialista en lubricar los engranajes del sistema que gracias a una red de amistades e influencias tejida durante largo tiempo sabe qué tecla tocar, a qué teléfono llamar, qué almuerzo organizar, qué secreto utilizar, qué voluntad comprar y qué debilidad explotar. El primer problema resuelto gracias a los buenos oficios de este caballero es la salida sin traumas de la fallida fusión con el Banco Central, el segundo la concesión por parte del Gobierno de las exenciones fiscales ligadas a la creación de la Corporación Industrial Banesto. Mario paga, mejor dicho, el Banco paga, y paga cantidades importantes. Los consejeros del Banco a los que Mario consulta bendicen un proceder heterodoxo, pero altamente rentable si se alcanza el objetivo perseguido. Los empleados del Banco encargados de materializar la operación no ponen traba alguna, por el contrario, en su larga carrera, según comunican a su Presidente, se han familiarizado con semejantes trapicheos. Pues bien, cuando la tormenta se desata sobre Mario y se ve obligado a comparecer ante los tribunales acusado de graves delitos, estos dos sucesos concretos le acarrean condenas que le mantienen quince años en la cárcel, de forma efectiva o atenuada. Quince años de privación de libertad, de marginación social, de angustia familiar, quince años irrecuperables de una vida que pasa de golpe de la luz a la oscuridad, de los salones de caoba a las sórdidas celdas, del halago y el reconocimiento a la soledad y al frío. Por supuesto, los perceptores de los suculentos incentivos lo niegan todo y alguno ni siquiera es llamado a declarar. Mario es abandonado a su suerte. Salvo la fidelidad de unos pocos incondicionales, que caen con él, y el apoyo permanente de su familia, Mario es arrollado por el Sistema que lo lamina como una imparable apisonadora. La tragedia está servida. El hombre excepcional que abriga la noble ambición de desmontar el Sistema y devolver a la sociedad civil su libertad y su fuerza -ese es el argumento de su discurso de aceptación del doctorado honoris causa en la Complutense- acuciado por las asechanzas y las presiones de la maquinaria infernal que quiere combatir y que lo hostiga sin descanso, se ve empujado a jugar con las reglas impuestas por los que carecen de reglas y paga un precio terrible al serle arrebatados su reputación, su libertad y su fortuna. Mario aprende dolorosamente que es imposible vencer al Mal jugando en su terreno, que en el instante en que se cruza la línea llameante que te separa de aquello que es incompatible con tu conciencia quedas inerme frente a los sacerdotes de Moloch y nada ni nadie podrán salvarte ya de ser precipitado en su ígnea boca. Es la pregunta definitiva de Tomás Moro a su yerno: ¿Te saltarías la ley para acabar con el Diablo? Y ante la respuesta afirmativa del joven desesperado por la inminente ejecución de su suegro, la sabiduría insondable del santo le advierte: Y cuando ya no quedara ninguna ley entre tú y Satanás, ¿Quién te defendería del Maligno?
Voy terminando.
María Pérez Ugena es una competente profesora de Derecho Constitucional, que era jovencísima en la Navidad de 1993. Cuando conoce por Mario, dieciséis años más tarde, los pormenores, con especial énfasis en los aspectos jurídicos, de la intervención de Banesto, tiene una reacción desprovista de cualquier ambigüedad: se casa con él. Yo me he limitado a presentar un libro, por tanto tampoco tengo tanto mérito.
Al escribir Los Días de Gloria Mario ha prestado un servicio impagable a la sociedad española del presente porque la vacuna contra su pasado, un pasado aún reciente del que no podemos sentirnos orgullosos. El mérito incontestable de este libro es su sinceridad, en la que Mario se nos ofrece sin disimulo y se somete a nuestro escrutinio sin ocultar las partes del relato que reflejan sus debilidades y sus errores. Es evidente que una aproximación sesgada, parcial o interesadamente victimista a los hechos que desembocaron en la intervención de Banesto no hubiera cumplido su función, que Mario quiere catártica y orientadora de una sociedad española que percibe, con razón, como totalmente desnortada. Su testimonio, valiente, crudo, serenamente atormentado, no es el del Conde de Montecristo, que regresa de su lúgubre mazmorra en busca de revancha. No, Los Días de Gloria no ha sido escrito por un Edmundo Dantés de Alcalá Meco; en sus páginas precisas, detalladas, descarnadas y transidas de lucidez no se encuentra un gramo de rencor o de resentimiento, no se reivindica nada, no se pide nada, no se arroja ninguna primera piedra ni se aspira al perdón o a la resurrección. Regresando con el recuerdo y con la reflexión a aquellos años horribles y compartiendo con nosotros sus vivencias y su experiencia, Mario Conde intenta comprender y de la comprensión extraer una guía hacia el futuro. Con Los Días de Gloria, Mario se libera y nos libera, coloca a cada cosa en su sitio y nos coloca a cada uno en nuestro sitio, se redime y nos redime.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario